Falleció LEO PANITCH de coronavirus
“No creo que valga la pena vivir si no peleamos por
alternativas socialistas”
Entrevista de Gabriel Delacoste el 22 febrero, 2019; para
Brecha
En las paredes de la casa de este politólogo hay un afiche
del Pit-Cnt, entre otros muchos de movimientos obreros de todo el mundo. La
crisis del capitalismo global y del imperialismo estadounidense fueron los
epicentros de esta entrevista, que también se adentra en las izquierdas del
norte. La advertencia permanente de este militante socialista es no dejarnos
arrastrar por la ingenuidad.1
—La izquierda en el norte, sobre todo en Estados Unidos y
Reino Unido, parece estar pasando por cosas interesantes, difíciles de entender
de lejos. Pienso en Occupy y Bernie Sanders, en Jeremy Corbyn en Gran Bretaña.
¿De dónde viene todo esto?
—Creo que no tendríamos que hacernos ilusiones sobre lo que
esto representa. Se ha deslegitimado la globalización neoliberal, y también los
partidos socialdemócratas e incluso eurocomunistas que fueron cooptados por
esta. Pero el neoliberalismo nunca fue hegemónico. El historiador inglés Perry
Anderson dijo que el neoliberalismo es la ideología más exitosa de la historia
universal. Esto nunca fue cierto. En todo caso, fue hegemónico entre los
líderes de los partidos socialdemócratas, pero esos partidos perdieron
militantes como resultado de eso. Y la gente no se despolitizó, incluso en el
centro del imperio: estaban activos en el movimiento antiglobalización, en
Seattle, en la ciudad de Quebec, Génova, y en el movimiento contra la guerra.
Gran Bretaña tuvo la manifestación contra la guerra más grande del mundo –y de
su propia historia– en 2003, antes de la guerra de Irak. Dos millones de
personas salieron a la calle. La gente estaba activa, pero había una retirada y
un cinismo respecto a la política partidaria. Es un recorrido diferente que el
de América Latina. Cuando el Foro Social Mundial atraía mucha gente de los
movimientos sociales que no estaba interesada en la política partidaria, no
sabían que eran los sindicatos brasileños, totalmente imbricados con el PT,
quienes financiaban todo eso. Pero cada vez más, con el vacío que dejaron los
partidos socialdemócratas, incluso antes de 2008, se podía ver en el desarrollo
de Syriza (Coalición de la Izquierda Radical) en Grecia y de Die Linke en
Alemania cierto movimiento hacia un nuevo tipo de partido socialista, que es
anticapitalista. Y después de la crisis de 2008 se produjo una explosión de la
protesta: los indignados en España, Syntagma en Grecia y Occupy. Después de 15
años, por lo menos en ciertos países de Europa y Norteamérica, hubo una
comprensión bastante rápida de que era necesario intentar entrar en el Estado,
con una mentalidad de “dentro y contra el Estado”, un tipo de política que
implica, valga la redundancia, entrar en el Estado e intentar transformarlo en
otra cosa, que deje de ser capitalista. Syriza apoyó las huelgas del movimiento
estudiantil de 2008 y la organización de la solidaridad durante los ajustes.
Pero para 2012 los movimientos se estaban quedando sin aliento, y la gente
comenzó a gravitar hacia políticos socialistas que prometieran el fin de la
austeridad neoliberal y hablaran desde partidos movimentistas. Eso fue lo que
produjo a Podemos, y a la victoria de Syriza, y, a pesar de las decepciones en
España y Grecia, produjo a Jeremy Corbyn y Bernie Sanders. En estos casos
sucedió a través de partidos establecidos porque Estados Unidos y Reino Unido
tienen sistemas electorales que no están basados en la representación
proporcional, por lo que las chances de los partidos pequeños son mucho
menores. También tuvo que ver el rol de los individuos en la historia. Hubo una
explosión de apoyo a Corbyn en la campaña por el liderazgo del Partido
Laborista en 2015, y para un socialista independiente, Sanders, en el Partido
Demócrata. Corbyn había sido parte de un grupo que, en los setenta, hizo el
intento más largo y más serio de transformar un partido socialdemócrata en un
partido socialista movilizado y movimentista, comprendiendo que no es posible
democratizar el Estado sin democratizar al partido. Ellos establecieron un
vínculo muy cercano con los movimientos antiglobalización y contra la guerra.
La oportunidad de votar a Corbyn se dio por accidente. El Partido Laborista
había cambiado sus reglas en 2013: pasó a un sistema en el que cualquiera podía
afiliarse y votar, asumiendo que el simpatizante laborista promedio era muy
diferente del militante promedio y siempre iba a votar lo que la prensa le
dijera. No entendieron a la nueva generación que se había politizado en los dos
mil. Y tampoco a la gente más vieja que se había ido por el desagrado con un
partido que había abrazado la globalización neoliberal. Pero uno tiene que ser
muy cuidadoso. Estos cientos de miles de nuevos miembros que el liderazgo de
Corbyn atrajo no están, en su mayor parte, familiarizados con la estrategia
socialista, aunque les atraiga el término. Y la mayoría de sus parlamentarios son
antisocialistas. Como Elizabeth Warren en Estados Unidos, que al introducir un
proyecto de ley de “Capitalismo responsable” (que tenía algo de radical porque
proponía la inclusión de trabajadores en las juntas de las empresas) dijo: “Soy
capitalista hasta los huesos”. Era una manera de cubrirse, pero dice algo
ideológicamente. La mayoría de los parlamentarios laboristas son así,
socialdemócratas centristas aterrorizados de los medios y de ser vistos como
contrahegemónicos. Corbyn tiene una enorme montaña que trepar. Me molesta mucho
cuando personas con perspectiva revolucionaria se entusiasman con alguien como
Corbyn, pero ni bien se encuentra con obstáculos dentro del propio partido –y
más aun si forma un gobierno en el Estado británico– inmediatamente lo acusan
de traidor. Como sucedió con el primer ministro Alexis Tsipras en Grecia. Este
es el peor tipo de política de izquierda. Primero el entusiasmo ingenuo;
después acusar de traidoras a personas que se enfrentan a enormes obstáculos
sin los recursos para hacerlo.
—Mencionaste la crisis de 2008. Después de una década no
parece que su capacidad de sembrar el caos se haya detenido. ¿Cuál es la
relación entre el desarrollo de esta crisis y la situación política actual?
—En el volumen de 2019 del Socialist Register, mi artículo
con Sam Gindin se llama “Trumping the empire”, y es una reflexión sobre lo que
ocurrió desde la crisis. Comienza con la deslegitimación de la globalización
neoliberal después de 2008. Una de las grandes paradojas de la era de la globalización
es que el capital parecía “bypassear” los estados al moverse por el globo, pero
en realidad este movimiento del capital siempre dependió de los estados. A
menudo advierto que la globalización tuvo como autores a los estados y no al
capital. Mucha gente piensa que la globalización tiene que ver con cómo el
capital escapa de los estados, pero eso es algo ingenuo. No existe el capital
sin Estado. Cuando el capital se mueve de un lado para el otro, siempre tiene
que tener un Estado que le garantice la propiedad y los contratos, que vigile a
los trabajadores, etcétera. El Estado estadounidense alentó y facilitó que
otros estados apoyaran no sólo los capitales estadounidenses, sino todo el
capital extranjero. Sin embargo, los gobiernos y los partidos que aceptaron el
proceso de globalización, incluyendo los estadounidenses, siempre se
justificaron diciendo que lo hacían en el “interés nacional”. Esa es la
paradoja. Cuando sucedió la crisis, era imposible para ellos continuar
legitimando todo lo que la globalización había hecho de bueno para sus
estados-nación, entonces la crisis económica se convirtió rápidamente en una
crisis política de la globalización neoliberal. Al final del día, buena parte
de la reacción a esta crisis rápidamente tomó la forma de nacionalismo y
xenofobia. Este es claramente el caso en Europa, donde puede verse el
crecimiento de partidos de ultraderecha de orientación neofascista y
antiinmigrante, en el Brexit y, por supuesto, en Trump. El hecho de que la
recuperación económica fue volátil y despareja contribuyó con esto. La economía
estadou-nidense ya estaba creciendo de vuelta en 2010-2011, pero en seguida
sucedió la crisis europea. Y, encima de esta, vino la crisis de los commodities
que tanto afectó a América Latina. E incluso cuando finalmente hubo, el año
pasado, un crecimiento sincronizado global, la volatilidad todavía era tal que
ya se estaban buscando signos de una nueva recesión en la inestabilidad del
mercado de valores, que es un signo de que todo el sistema del capitalismo
financiero es extremadamente volátil. Lamentablemente, la ultraderecha capturó
las ansiedades populares mucho mejor que la izquierda. Y esto no sorprende,
porque la izquierda institucionalizada estaba deslegitimada por haber abrazado
la globalización. Sin embargo, estos políticos de ultraderecha no son sólo un
problema para la izquierda, también representan una crisis política para el
capitalismo global. Especialmente si el efecto de Trump es horadar la capacidad
de las instituciones claves del Estado que se dedican a supervisar y a contener
la volatilidad de las finanzas globales. Pienso en el Tesoro, la Reserva
Federal, etcétera. Si la capacidad de esas instituciones está debilitada,
aparecen problemas para la reproducción del sistema. Estados Unidos ya hizo
desastres con su aparato militar en Oriente Medio, que se volvió incontrolable.
Pero el imperio no es principalmente un imperio militar. Lo militar es el
respaldo de lo financiero.
—Se habla mucho acerca de si la predominancia de Estados
Unidos está en decadencia, y de China como un posible sustituto.
—La mayor parte de la izquierda esperaba que la crisis
ocurriera por un desafío al imperio estadounidense desde afuera. Mucha gente
predecía que China iba a retirar su superávit de Estados Unidos, que iba a
vender sus dólares, de la misma manera que en los ochenta se predecía que Japón
iba a desafiar al imperio estadounidense. También una parte de la izquierda
predijo lo mismo en los setenta con una Europa coherente, o que el euro en la
primera década del milenio iba desafiar al dólar. Eso no sucedió. Fueron las
contradicciones dentro de la economía estadounidense las que produjeron la
crisis. Y la centralidad de su economía en la economía global es tal que se
produjo inmediatamente una crisis global. La crisis política es similar. La
crisis del Estado estadounidense no se debe a un desafío desde afuera. Reflejó
una contradicción que siempre estuvo presente en el rol que jugó su imperio.
Los gobiernos estadou-nidenses tuvieron que esconderle al Congreso y al pueblo
que estaban prestando dinero a México en la crisis del peso de 1994 para
proteger del colapso a los bancos de Nueva York y al sistema global. Cuando
prestaron a los bancos europeos y al Banco de China en 2007-2008 eso fue
escondido porque hubiera sido un escándalo: ¿qué estamos haciendo prestándole
dinero a extranjeros? El rol imperial de Estados Unidos siempre se topó con el
particularismo de su política y esa contradicción hoy está explotando. Muchas
veces esto toma la forma de negativas del Congreso de aumentar el techo por
encima del cual el Tesoro no está autorizado a emitir obligaciones de deuda. El
bono del Tesoro es el núcleo de valor fundamental del sistema monetario global.
Si se renegara del bono del Tesoro, la economía global se haría humo. Parece
inconcebible. Pero constantemente es puesto sobre la mesa, tanto por los
demócratas como por los republicanos. Pienso que uno necesita entender esto más
en términos de las contradicciones internas que de las que vengan de afuera. El
rápido desarrollo de China, ese extraño desarrollo tardío liderado por una
elite comunista corrupta que está transformando a sus familias en millonarios y
billonarios, es quizás el desarrollo más notable de la historia del
capitalismo. Pero es también el que, más que ningún otro, ha dependido de la
inversión extranjera directa. Esta fue parte de este proceso hasta tal punto
que Trump se queja de cómo ha facilitado el ascenso de China. Pero eso
significa que China es extremadamente dependiente de las importaciones de capital
desde Europa y Estados Unidos para su acumulación de capital. Las tensiones son
reales, pero la profundidad de la integración también. Y China no ha lanzado un
desafío. Al contrario, China le exige a Trump que el Estado estadounidense
ejerza sus responsabilidades globales. Lejos de que Europa desafíe a Estados
Unidos, Merkel vino a la ciudad de Quebec para el G7 a suplicarle a Trump, que
estaba sentado con sus brazos cruzados. Merkel se quejaba: nos indujiste a
abrir nuestras fronteras al capital extranjero y ahora estás cerrando las tuyas
sin consultarnos. La seriedad del problema es precisamente por la centralidad
de Estados Unidos política y económicamente en el capitalismo global. Las
principales corporaciones multinacionales son predominantemente
estadounidenses, y las de otros países que son también muy grandes tienden a
tener enormes establecimientos de producción en Estados Unidos, dada la
integración de la producción global. Creo que la izquierda siempre está
esperando el regreso de la rivalidad interimperial, que es la vieja forma
marxista de entender al imperialismo. No están viviendo en el siglo XXI, sino a
principios del XX. Quizás conozcas a un grupo extremadamente creativo de
marxistas brasileños, que continúan el trabajo de Ruy Mauro Marini, que había
visto esto ya en los sesenta, cuando todos los demás todavía estaban haciendo
teoría de la dependencia. Incluso un Estado capitalista en desarrollo como
Brasil o Sudáfrica promueve sus propias multinacionales para acumular en el
extranjero. Ana García, Virginia Fontes y todo un grupo han trabajado sobre las
multinacionales brasileñas usando a Marini. Son grandes críticas de los Brics y
de toda esa ilusión. Nunca estuvieron cerca de tener un proyecto común. La
gente habla de “la región asiática” contra los estadounidenses, pero la mayoría
de los estados de Asia tienen más miedo al imperialismo chino que a los
estadounidenses. Los japoneses, los indios, los indonesios, los vietnamitas
tienen grandes sospechas, y por eso están tan abiertos a recibir apoyo de
Estados Unidos. Y esta es otra razón por la que no deberíamos pensar en esto a
través del lente de la rivalidad interimperialista.
—Dijiste al principio que no debíamos hacernos ilusiones.
Pero me preguntaba qué resoluciones posibles puede tener esta crisis. ¿Tenemos
herramientas para imaginar el tipo de escenarios con los que vamos a tener que
lidiar?
Por decir fútbol
—Da mucho miedo. Hoy comenzamos con las cosas positivas, que
son para entusiasmarse, pero da miedo. Vemos la crisis de la migración, que era
inevitable dado el desarrollo y la globalización capitalista en el viejo tercer
mundo. Era inevitable que produjera inestabilidades y desigualdades en esos
países, incluso si subían los niveles salariales. Y encima de eso están las
múltiples crisis que trae la crisis ambiental. Antes se decía que lo que
producía el fascismo era la reacción contra una clase trabajadora fuerte. Esta
nueva derecha apareció en un contexto de una clase trabajadora débil. Los
sindicatos fueron derrotados en América del Norte en los setenta, y esto por
supuesto tiene mucho que ver con la bancarrota de los partidos comunistas y
socialdemócratas. Esta bancarrota de los viejos partidos dejó a las clases
trabajadoras abiertas al nacionalismo de derecha. Las clases trabajadoras nunca
estuvieron organizadas solamente en términos de clase, siempre la identidad de
clase está enlazada a una pertenencia nacional: la clase trabajadora brasileña,
argentina, alemana. Y a menudo ganaron los derechos que reclamaban no sólo en
términos de clase, sino por pasar a formar parte de un Estado-nación. Es
extremadamente difícil imaginar que no haya un apoyo de una parte sustancial de
la clase trabajadora para estas derechas, como ocurrió con el fascismo alemán.
Dicho eso, no creo que valga la pena vivir si no seguimos peleando por
alternativas socialistas. Es una cuestión existencial. Y hay razones para tener
esperanza. Hay nuevos desarrollos creativos en el siglo XXI. Creo que el
problema es que, comprensiblemente, la gente está muy impaciente y quiere que
las cosas sucedan enseguida. Pero las nuevas formaciones de izquierda que
tenemos ahora son incapaces de lograr un avance importante para el socialismo.
Todavía no han creado las bases políticas y sociales para eso. No sabemos
suficiente. Necesitamos tiempo. Y la tragedia es que no tenemos tiempo, por la
naturaleza del capitalismo actual y el ascenso de la derecha. Y tenemos que
tener muy presente que vivimos en esta contradicción. Tenemos que tener tanto
un sentido de la urgencia como un sentido de paciencia estratégica.
1. La entrevista fue hecha en inglés y traducida por el autor.
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