HISTORIAS
DE RESISTENTES - URUGUAY SIGLO XX
La
revolución olvidada - Eduardo Platero - 02.02.2015
No quiero
que se nos vaya enero sin recordar que hace ya ochenta años, en este mismo mes,
en 1935, se produjo un levantamiento contra la dictadura del doctor Gabriel
Terra.
Rápidamente
fue sofocado y, para enterrarlo mejor, se lo disminuyó a incidente torpe y
minoritario indigno de figurar siquiera en la historia. Lo reprimieron con las
armas y lo enterraron con la burla y el olvido. De ser una "protesta
cívica" encabezada por el general revolucionario Basilio Muñoz -el jefe
blanco que, a la muerte de Aparicio, tuvo que negociar la rendición firmándola
en Aceguá-, pasó a ser "la chirinada", expresión despectiva que entró
en nuestro léxico político en el último tercio del siglo XIX, posiblemente -no
está muy claro- como alusión a un torpe y fracasado intento de un oficial,
Chirinos de apellido, contra Santos.
El
levantamiento empezó a ser organizado conjuntamente por los "batllistas
netos" y los "blancos independientes" ya en 1933. Eran los dos
sectores que, con algún desencuentro ocasional, habían construido lo que
llamamos "el Uruguay batllista", y que habían sido violentamente
desplazados por el golpe de Terra. Golpe de Estado que marcó el fin de lo que
los sectores retrógrados llamaban "el avancismo batllista".
Quiero
recordar la intentona heroica, porque corre el riesgo de ser olvidada. Su
bandera fue tricolor -la de los "33"- y su conducción militar hubiese
sido conjunta entre Muñoz y un batllista neto, el general Julio César Martínez,
pasado a retiro por Terra, pero las diferencias tácticas entre un guerrillero y
un militar de escuela fueron insalvables. Finalmente, a los ochenta años y en
charré, asumió el viejo revolucionario "invadiendo" desde Brasil y se
puso al frente de la "división Cerro Largo". Lo seguía poco más de
medio centenar de hombres mal armados, pero resueltos.
El dictador
Terra, consciente de que su poder no era seguro en tanto no ganara las cabezas,
si no para el apoyo, por lo menos para la resignación, rebajó el levantamiento
hasta en su nombre. Concebido como "protesta armada", fue "la
revolución de enero" para quienes la protagonizaron, pero el dictador
impuso su versión. Pasó a ser "la chirinada de Paso Morlán", en
alusión al episodio más sonado: un reñido enfrentamiento a tiros en el
departamento de Colonia que terminó con la dispersión de los alzados, que
quedaron dueños del campo, pero casi sin municiones y sin poder contar con más
incorporaciones.
En acciones
de rastrillaje fueron capturados casi todos cuando intentaban llegar hasta las
Sierras de Mahoma. Entre los detenidos estaban dos destacados intelectuales:
Ricardo Paseyro, que comandaba la división de Rosario, y Paco Espínola, que
venía como segundo jefe de la de San José. Con la referencia geográfica, Terra
eliminaba los sucesos ocurridos a partir de la invasión de Muñoz, y borraba
también las conjuras que logró impedir. Con Muñoz al frente, la división Cerro
Largo penetró casi hasta Sarandí del Yi, antes de retirarse hasta entrar en
Brasil luego de conocer el fracaso de los demás alzamientos. No tuvo encuentros
armados, pero sí fue localizada y observada siempre por la aviación, que la
bombardeó en un paso sobre el Río Negro.
En la
capital y todos los departamentos había conjurados que debían acompañar la
invasión. El levantamiento del 1º de Artillería ligera, igual que el de la
unidad militar de Florida, fue sofocado, y los revolucionarios de todos lados,
presos antes de que pudiesen alzarse. Se estimó que entre cuatrocientas y
quinientas personas, civiles y militares, fueron discretamente detenidas en los
días previos al levantamiento del 26 de enero.
Los
prisioneros del encuentro de Paso Morlán fueron liberados muy pronto, en un
intento de parecer generosos ante una tontería juvenil. Pero la represión fue
dura. Antes y después, Isla de Flores fue lugar de confinamiento, y se desterró
a cientos. En la fracasada incursión de Muñoz fueron muertos por el bombardeo
aéreo Segundo Muniz (hijo del general Justino Muniz), Enrique Goicochea,
Basilio Pereira, Marcos Mieres y Luis J. Gino, de nacionalidad italiana. En el
campo revolucionario en la acción de Paso Morlán, sobre el arroyo Colla,
murieron Raúl Magariños Solsona, Alberto Saavedra y Pedro Sosa. En el
gubernista resultaron muertos el soldado Juan Francisco Pereira y el guardia
civil José Doris.
Son los
nombres que tengo, y quiero, por lo menos, recordarlos. Los heridos de ambos
bandos fueron unos cuantos, ya que en Morlán se combatió a corta distancia,
pero se ocultaron para atenuar el hecho. Ninguno de los protagonistas de esa
protesta cívica tuvo calle, ni plaza, ni plaqueta recordatoria. La victoria de
Terra les aseguró el olvido, mientras que él pervive en la imposición que se
hizo de su nombre para la represa de Rincón del Bonete. Terra impuso la no
revisión como condición para la salida, y para eso contó con el herrerismo, que
coparticipó de la "dictadura del machete", como la denominara don
Emilio Frugoni. Y de unos cuantos capitostes de El Día, que se mantuvieron al
margen. Eran antiterristas, pero no tanto.
Yo, por lo
menos, estoy en contra del olvido. Porque olvidamos a Terra, muchos de sus
cómplices y beneficiarios reaparecieron con el pachecato y ocuparon posiciones
con la dictadura "cívico militar", con Charlone, Demicheli y
Etchegoyen encabezando el lote de figurantes.
Es difícil
mantener una posición firme contra el olvido, reclamar "verdad y
justicia" sin caer en la dicotomía entre "no hubo errores, no hubo
excesos" y "tener los ojos en la nuca", pero lo intento.
Se averiguó
y, cuando se pudo, se condenó. Se averiguará todo lo que se pueda, que no será
demasiado más de lo que sabemos, a menos que suceda algo imprevisto y
determinante. Se castigará al que se pueda y se reparará con mezquindad. Porque
en eso se ha sido bien mezquino.
Es un tema
en el cual no quiero entrar; lo que me importa es la memoria. Recordar los
hechos, los protagonistas, las concesiones que parecían aquietar y animaban al
avance contra las instituciones, y recordar que resistimos. Recordarnos a
nosotros mismos que resistimos. Que en los años treinta hubo un Terra, pero
estuvieron Brum, Grauert y Guichón; los de la Revolución de Enero; la ocupación
de la Universidad; los presos de Isla de Flores; los torturados en el Cuartel
Centenario; el mitin "pro nueva Constitución y leyes democráticas".
La ayuda a
la República Española y un pueblo que, cuando pudo elegir, optó por el menos
malo. También, que hubo un doctor Bernardo García, que se animó a atentar
contra el dictador. No me gustan los atentados, pero menos me gustan los
dictadores. Y hay que recordar que en el 73 hubo una huelga general y una
reafiliación sindical, y que se repudió a la dictadura, recién iniciada, en las
elecciones universitarias. Que en esos años oscuros hubo miles de presos
torturados, procesados, expulsados y hostigados sin que nos ganara ni la
ilusión, ni la resignación.
Que hubo un
Uruguay de luchadores clandestinos, otro de presos resistiendo, otro de
exiliados ayudando y otro que andaba y ardía todos los días en la calle. Que
hubo actividad todos los primeros de mayo, que la resistencia nunca fue
acallada. Que Liberarse y Carta salieron todos los meses. Que derrotamos la
"fe democrática" fascista de Narancio. Que cantamos el himno gritando
el "tiranos temblad" y que votamos No. Que nos adueñamos del
mundialito y en las internas fue aplastante el voto antidictadura. Y ochenta
mil votos en blanco testimoniaron, en el 82, que el Frente estaba en pie de
lucha. Que cientos de miles rodearon la tribuna del Pit el 1º de Mayo del 83 y
que el "río de libertad" preanunció el final del "proceso".
Que se hizo un paro general en enero y otro en junio del 84. Que una pueblada
esperó a Wilson y recibió a los que iban regresando. Y nada se hizo sin dudas y
temores, y sin pagar un alto costo en represión. ¡Hasta mataron a Roslik en
abril del 84! Pero se hizo.
Las
epopeyas, las de verdad, las que significan miles y miles de acciones grandes,
chicas o medianas de compromiso de lucha, son casi imposibles de enumerar por
la diversidad de protagonistas y escenarios. Resultan más abordables por el
arte que por la historia.
Nuestro
mayor error, el que pone más en peligro a las instituciones, es el olvido. Y
nada más fácil que inducirnos a pensar que aquello que fue sacrificio
colectivo, en realidad no tuvo valor, y que las cosas pasaron porque tenían que
pasar, o porque los yanquis lo ordenaron o porque dos o tres políticos hábiles
nos sacaron del pozo.
Fuimos
nosotros: el pueblo. Fuimos nosotros con nuestros miedos, con nuestros
reculones y avances, escuchando a Araújo o sonriéndonos mutuamente en el
aniversario del plebiscito. Con el "cantopopu" y las murgas.
Porfiando por decir Convención y no Lorenzo Latorre. Nosotros, que luchamos,
sufrimos, soportamos, resistimos. Y redoblamos.
¡Que nadie
nos sepulte en el olvido! Así como no debemos olvidar a quienes se jugaron en
enero de 1935.
Comentarios
Publicar un comentario