Masacre de los trabajadores de talleres Vasena. Buenos Aires 1919. Páginas de nuestra historia (X)
La semana en
que la sangre corrió por las calles de Buenos Aires
Entre el 7 y
el 14 de enero de 1919 se reprimió la huelga que tuvo lugar en los talleres de
la empresa Pedro Vasena e hijos, que contaba con 2.500 empleados. La situación
desbordó y hubo casi 700 muertos, 4.000 heridos y 50.000 detenidos. A este
desastre lo sucedió el único pogromo registrado en América Latina. Así comienza
la Semana Trágica, de la que se cumplen 102 años.
La Primera
Guerra había llegado a su fin por las huelgas que habían paralizado la
producción industrial necesaria para llevar adelante el esfuerzo bélico alemán.
Los Zares habían abdicado y el nuevo régimen de los soviets habían jaqueado la
industria rusa. En Versalles se discutiría el nuevo orden mundial después de
una sangrienta guerra que había comenzado con un atentado anarquista.
Las fuerzas
de izquierda creían que había llegado el momento de la revolución del
proletariado, mientras los anarquistas sumaban su esfuerzo para destruir
cualquier gobierno organizado. Sin embargo, las fuerzas del gobierno y los
movimientos de derecha estaban advertidos y preparados para contener cualquier
movimiento desestabilizador.
Argentina,
el país más industrializado de América Latina y uno de los primeros en tener un
gobierno elegido democráticamente, no podía ser una excepción a este planteo.
Desde 1870 existía un notable movimiento sindical que se había iniciado con la
huelga de los panaderos, de tendencia anarquista (de allí vienen algunos
nombres de nuestras facturas, como “vigilante” y “bola de fraile”). Las mayores
organizaciones obreras (los ferroviarios y los marítimos) se habían aglutinado
en la Fora del XI Congreso, de tendencia socialista. Su secretario general era
Sebastián Marotta. Si bien eran críticos del Radicalismo, mantenían una actitud
dialoguista y recurrían a la negociación colectiva, a fin de resolver sus
reclamos.
En cambio,
los anarquistas se aglutinaron en la Fora V Congreso, y mantenían una actitud
más beligerante.
El conflicto
tuvo como epicentro la que era la empresa siderúrgica más grande de la
Argentina, fundada 50 años antes por Pedro Vasena. En 1912 se había
transformado en una Sociedad Anónima con aportes británicos, aunque la
conducción continuase en manos de los hijos de Don Pedro, asesorados por el Dr.
Leopoldo Melo, distinguido jurista de origen radical, que además era Senador.
En 1918 el
sindicato Fora IX había iniciado una serie de reclamos por las condiciones de
trabajo. Ante el fracaso de esta medida de fuerza, un grupo de trabajadores se
pasó al Fora V. los reclamos de este grupo dirigido por Juan Zapetini y el
italiano, Mario Boratto, habían sido exitosos, de allí que esta ala había
aumentado su fuerza dentro del extracto obrero.
Desde
diciembre del 1918 se llevaba adelante una huelga en la sede de la empresa sita
en la calle Cochabamba al 3075. También tenía galpones sobre el Riachuelo.
Entre la central y los galpones, estaba la sede del sindicato, en la Av.
Amancio Alcorta y Pepirí.
A lo largo
del mes de diciembre se produjeron una serie de enfrentamientos ente los
huelguistas y los rompehuelgas contratados por la empresa, que incluían civiles
armados, provistos por la Asociación Nacional del Trabajo, un grupo
parapolicial creado como fuerza de choque.
El 13 de
diciembre un grupo policial disparó contra una casa en las vecindades del
sindicato, que apoyaba la actividad de los huelguistas. El mismo jefe de la
policía intentó mediar en el asunto, temiendo una escalada de violencia, pero
el sindicato rechazó su intermediación. Ellos solo negociarían con la patronal.
En los días siguientes hubo enfrentamientos aislados entre los rompehuelgas y
los obreros.
Los
primeros, se movían armados con fusiles y pistolas provistos por el gobierno.
Entonces las restricciones en el uso de armamento no eran como las actuales, y
era frecuente que la gente tuviese armas en las casas, o se las pudiese obtener
con suma facilidad.
Entre los
que vigilaban el desempeño de los rompehuelgas, se encontraba uno de los
miembros del Directorio, Emilio Vasena, que en más de una oportunidad disparó
contra los obreros.
El 19 de
diciembre, el jefe de la Policía fue reemplazado por Miguel Luís Denovi, de
ánimo más dialoguista. Sin embargo, pocos días después se produjo la primera
muerte, un rompehuelga llamado Manuel Rodríguez, quien huyendo de un piquete
huelguista, cayó al Riachuelo.
Ante el
recrudecimiento de la violencia, los Vasena trataron de comprar la voluntad de
los líderes sindicalistas, con poca suerte (se dice que en algún momento el
delegado Boratto sufrió un intento de asesinato).
Cumplido un
mes de huelga y con miras a concluir el reclamo, la policía tomó una actitud
más agresiva, y se produjeron una serie de enfrentamientos con los huelguistas.
El 4 de enero murió el cabo Vicente Chávez. En lugar de llamar a sosiego, los
huelguistas instaron a continuar matando “cosacos” (así le decían a las fuerzas
de choque de la policía, especialmente la caballería, creada por el difunto
coronel Ramón Falcón) mientras que uno de los camaradas del caído en acción,
pedía venganza durante su entierro.
Acá comienza
la Semana Trágica, el 7 de enero a las 15,30 hs., cuando cien policías armados
con fusiles, disparan a lo largo de dos horas contra el local sindical de la
calle Amancio Alcorta, desde la escuela La Banderita y la fábrica Bozalla (cuyo
personal también estaba en huelga) donde se habían apostado.
Como
resultado del ataque, murieron una veintena de personas, aunque no todas fueron
huelguistas o sindicalistas.
Ante este
episodio, que los medios no dudaron en llamar masacre, el gobierno se vio
compelido a actuar, y a tal fin el director del departamento de trabajo,
Alejandro Uasain, y el jefe de la policía, bajo órdenes del ministro del
Interior, visitaron a Alfredo Vasena y lograron que éste reconociese un aumento
del 12 %, la reducción de la jornada a 9 horas de lunes a sábado, y la
reincorporación de los huelguistas.
El conflicto
parecía estar resuelto, pero al día siguiente el acuerdo se cayó, cuando Vasena
impidió el ingreso a la sede de la empresa a todo dirigente sindical que fuese
ajeno a la empresa, más cuando quisieron forzar lo pactado, reduciendo aún más
las horas de trabajo y aumentando el porcentaje de aumento. Esta negativa tensó
la situación.
La muerte de
los trabajadores había despertado una ola de simpatía en los demás sindicatos,
que se plegaron a la huelga. El diputado socialista Nicolás Repetto repudiaba
la intransigencia de algunos patrones… Si bien se propuso sancionar una ley de
asociación sindical y hubo consenso para tratarla, esta no se hizo hasta 1943…
Mientras
tanto, el local sindical donde se llevaron adelante los velatorios, se veían
desbordados por gente que se acercaba en apoyo de los huelguistas. La Fora V
declaró la huelga general para poder asistir masivamente al entierro de las
víctimas que habría de realizarse en la Chacarita.
El jueves 9
de enero la ciudad amaneció paralizada. Muchísimas personas se acercaban,
flores en mano, para seguir la procesión.
Mientras
tanto, el directorio de Vasena, junto a 300 hombres armados, se parapetaron en
la fábrica que estaba rodeada de obreros. Tanto el embajador británico
(recordemos que había capitales ingleses en juego) más la Sociedad Rural,
representada por su presidente, Joaquín Anchorena, se dirigieron a la Casa
Rosada a fin de reclamar la defensa del establecimiento.
Si bien el
gabinete estaba dispuesto a declarar el Estado de Sitio (no sé qué más se
necesitaba para declararlo), el presidente Hipólito Yrigoyen no estaba
dispuesto, esperando una milagrosa mediación. A tal fin, dispuso la remoción
del Jefe de Policía –que había permitido el ataque a la sede sindical- por su
hombre de mayor confianza, Elpidio González, su Ministro de Guerra, a la vez
que se comunicaba con su amigo y correligionario, el general Dellepiane al
mando del Segundo Cuerpo del Ejército, sito en Campo de Mayo.
A las 14
horas se puso en marcha el cortejo, encabezado por 150 anarquistas armados,
número que se fue multiplicando a medida que se robaban las armerías en camino
a la Chacarita.
Al pasar
frente a la fábrica, se produjo una confrontación armada con los guardias que
custodiaban la empresa.
Al enterarse
de lo que acontecía, Elpidio González se dirigió personalmente al lugar, aunque
le fue imposible llegar, ya que su vehículo fue interceptado y quemado.
González debió llegar a pie hasta la comisaría.
El cortejo
fúnebre siguió su camino hacia la Chacarita, pero al llegar a la Iglesia de
Jesús del Sacramento (Av. Corrientes 4.433) algunos anarquistas intentaron
quemar el templo. La policía que lo custodiaba abrió fuego, produciéndose
nuevos decesos.
Por fin, el
cortejo llegó al Cementerio, pero allí los esperaba un regimiento de Infantería
que tenía órdenes de disolver la manifestación. Mientras se pronunciaban los
discursos, las fuerzas del orden dispararon contra la multitud. Nadie explica
cuál fue el detonante, pero la concurrencia corrió a buscar refugio y los
cuatro ataúdes de los muertos del 7 de enero, quedaron insepultos. Mientras La
Prensa habla de 12 muertos, La Vanguardia contabilizó 50. No hubo bajas entre
las fuerzas del orden.
Superado por
el cariz de los acontecimientos, el presidente nombró al general Dellepiane
Comandante Militar de Buenos Aires. Su primera medida fue instalar una
ametralladora a las puertas de la sede central de Vasena, en la calle
Cochabamba.
Los medios
discrepan en cuanto al número de víctimas caídas ese día. Las cifras oscilan
entre 40 y 80.
El 10, la
ciudad amaneció fuertemente custodiada por el ejército, pero también con los
sindicatos movilizados y las calles con barricadas. Solo podían circular autos
con la bandera roja. La prensa oficialista hablaba de una minoría sediciosa
como responsable de lo que había acontecido el día previo. El Buenos Aires
Herald decía que esto era bolchevismo.
A las 11
horas, un grupo de huelguistas intentó tomar nuevamente la fábrica, pero la
fuerte defensa de los militares nuevamente ocasionó un baño de sangre.
Simultáneamente, la policía atacó el sindicato de la calle Amancio Alcorta. Uno
de sus ocupantes murió y el resto fue detenido.
Las órdenes
eran precisas: no había que gastar balas con disparos al aire… y hablando de
municiones, el teniente Juan Domingo Perón era el encargado del Arsenal que
debía abastecer a las fuerzas armadas.
Sin embargo,
y a pesar de que los militares dominaban la ciudad, la dirigencia sindical
continuaba con sus reclamos que incluían la liberación de Simón Radowitsky, el
ácrata que había asesinado al jefe de Policía, Ramón Falcón y a su asistente.
Toda la dirigencia instaba a continuar la huelga general, pero ellos, sabiendo
que serían buscados, decidieron entrar en la clandestinidad.
Se preparaba
en Buenos Aires la parte más siniestra de la represión, el Terror Blanco.
(Autor: Omar
Lopez Mato )
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