Luis Alberto Mendiola
En la casa hay pasos silenciosos,
voces apagadas, un aire gris y sombrío que lleva a imaginar lágrimas e
insomnios. Fuera brilla el sol; tres niños juegan bajo los árboles.
-¿Quién es Juan Sebastián?
-Yo - dijo uno de los niños echándome
una mirada rápida y desinteresada.
-¿Estás muy ocupado ahora?
- Sí, estoy armando esto – dijo
señalando con un gesto la caja de maderitas.
- Quería hablar contigo de tu tío.
- Mi tío murió.
- Igual me gustaría que habláramos de
él.
Volvió a mirarme, esta vez con
expresión interrogante. «¿Usted lo conocía?»
- No, por eso quiero que tú me
cuentes cómo era.
- Era muy bueno… tenía una moto.
- Tú lo querías mucho…
- Sí, siempre que venía traía la moto
y nos llevaba a dar vueltas manzana a mí y a mis amigos. A veces íbamos cinco en
la moto… Yo siempre iba adelante.
- Era muy bueno entonces…
- Sí… trabajaba mucho.
- ¿En qué trabajaba?
- No sé…Trabajaba con los compañeros
de él.
- ¿Cuántos años tenés?
- Ocho.
- ¿Quiénes eran los compañeros?
- Otros del Frente Amplio.
- ¿Sabés cómo murió?
- No, me lo van a decir cuando sea
mayor.
- ¿Y por qué murió?
- Por trabajar para el Frente.
- Murió militando, entonces…
- Sí.
- ¿Te parece una buena manera de
morir?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque trabajaba para que todos
sean iguales
- ¿Y entonces…?
- Todos los que no eran iguales,
cuando sean iguales se van a acordar siempre de él.
-¿Es creyente?
- Sí… sí… católica y blanca. Blanca
de Herrera, por eso a mi hijo le pusimos Luis Alberto.
-¿Qué decía él de su Herrerismo?
- Nunca dijo nada. Era muy respetuoso
de los demás. Yo quise sin embargo darle una prueba del gran amor que le tenía
y me afilié al Partido Comunista. Muerto Herrera ser blanco ya no tenía el
mismo significado, me afilié no porque él me lo pidiera… era incapaz de pedir
nada en ese sentido. Yo sabía que era la mayor alegría que podía darle y con
todo mi fervor lo hice. A veces se reían de mí. ¡Tan creyente y comunista!...
yo creo que no hay ninguna contradicción.
- Hábleme de su infancia.
-Era un niño muy alegre…
travieso…juguetón. Un niño sin rebeldías. Vivíamos en el interior en Casupá. Él
pasó parte de sus primeros años en una chacra cerca del pueblo con sus abuelos
que lo adoraban. Le gustaban los animales, las plantas… el arroyo. Pasaba horas
perdido con la hermana recorriendo descalzo las orillas del arroyo. Curioseando
a caballo en el monte. Allí aprendió mucho sobre los animales… sus costumbres.
- ¿Cómo se acercó al Partido
Comunista?
- Cuando tenía 14 años quiso venirse
para Montevideo. El padre tenía una fábrica de ladrillos y quería que él fuera
tomando su lugar. Pero mi hijo, con la promesa de que en Montevideo trabajaría
y estudiaría, terminó por convencerlo de que lo dejara venirse. Llegó y poco
tiempo después entró en el Partido y el tiempo no le daba para trabajar y estudiar.
-¿Quién lo acercó al Partido?
- Sus tíos… tenían una confitería
donde él entró a trabajar. Ellos eran todos comunistas. Para él tiene que haber
sido fácil dada su modalidad de pensar siempre en los demás antes que en él
mismo.
-¿Cuáles fueron sus primeras tareas
como militante?
- Él hizo siempre lo que hacía falta.
Para él no había tarea insignificante tratándose del Partido.
-Usted me ha dicho que es muy
religiosa; ¿Él recibió alguna educación en ese sentido?
- Sí, con todos mis hijos… pero no se
tomaba muy en serio lo de la religión. Cuando en Casupá nos visitaba el padre
Alejandro, él lo observaba atentamente… y en cuanto se iba empezaba a imitarlo;
imitaba su acento alemán para hacer reír a las hermanas.
-¿Y cómo tomó usted su entrada en el
Partido?
- Yo pensaba que era muy joven para
embarcarse en una cosa así, y se lo dije. El padre en cambio no le dijo nunca
nada, aunque era frenéticamente blanco. Lo más que se permitía era hacerle
alguna broma, como: «¡un hijo comunista! ¿quién me iba a decir?»… El sonreía… a
veces me miraba como si fuéramos cómplices, y sonreía. Sabe… yo me pregunto… no
ceso de preguntarme, cómo pueden haber matado a alguien que sólo quería el
bien. Quisiera entender, quisiera que alguien me explicara.
-Yo le tomé fobia al Partido, porque
el Partido le absorbía todo su tiempo. Porque impedía que lo viéramos todo lo
que queríamos. El lunes de mañana mi hermana llegó con la noticia de que habían
matado otra vez a varios tupamaros. Sentí una gran angustia. ¡Dios mío, tantos
muertos en tan pocos días! De tarde cuando llegué a la escuela me dijeron que
los muertos habían sido en el Paso Molino y que no sabían si eran tupamaros o
comunistas. Yo empecé a llorar. Esa era la zona… la seccional de Agraciada. Con
el corazón apretado volví a casa. Traté de averiguar…pero nadie sabía nada,
nadie podía decir nada. Eran más de las seis cuando llegaron los primeros
vecinos con la noticia. En ese momento me di cuenta que yo ya sabía que había
muerto…Lo velamos en la casa del Partido, como él habría querido y… todos los
días se aprenden cosas… hubo familiares que ni pisaron como si hubiera muerto
un perro.
-¿Por qué no le dijeron al niño cómo
había muerto?
-No le dijimos; no queremos crearle
odios… le hablamos del Che, de Líber Arce… quién lo mató no interesa. Él mismo
hubiera sido el primero en desinteresarse del nombre del que le pegó los
balazos. Cuando hablaba de los policías de abajo decía: «Esos no son los
culpables. Los engañan… los confunden respecto de quienes son sus enemigos.
Antes que otra cosas son unos pobres desgraciados». Recuerdo las veces que
salía de la seccional del partido donde hace nueve días lo mataron, con un
pedazo de asado dentro de un pan para el policía de la esquina, fuera el que
fuera. «No puedo verlo tantas horas ahí parado», decía, «sin comer nada».
-¿A usted nunca quiso convencerla
para hacerla comunista?
- No era de los que hacían militancia
en ese sentido, no era de los que viven obsesionados por convencer. En cuanto a
mí misma, yo creo que quedé muy marcada por su absoluta, excesiva entrega, y
tal vez por el dolor que le significó su militancia. Él era muy jovencito
cuando abrazó la causa. Y cuando volvía para sus vacaciones en Casupá y era
mucha la gente que lo miraba como si fuera un gangster… sabe cómo es la gente
de los pueblos del interior respecto de cualquier idea nueva, y yo le hablo de
hace treinta años. Eso hace sufrir, aunque se tenga la seguridad de estar
actuando bien.
-Antes de entrar al Partido, de niño,
¿se podría notar en él alguna inquietud por la injusticia social?
- No…tenía sí una gran predisposición
para acercarse a los humildes. Sus amigos eran los obreros de la fábrica de
ladrillos de mi padre. Con ellos lo recuerdo tomando mate bajo los árboles,
charlando largamente.
-¿De política?
- No, no era hombre que tuviera gran
preocupación en el sentido de catequizar. Hablaba de las cosas del campo.
Adoraba el campo. Yo aprendí de él las cosas que no se aprenden en los libros
sobre la naturaleza. Juntos recorríamos los montes buscando pájaros, insectos…
todo le interesaba. En todo encontraba alegría. Recuerdo sus primeros años en
el partido. Yo había venido a Montevideo a estudiar y vivía con unas tías cerca
de la imprenta donde se editaba «Justicia». Él pasaba a darme un beso y me
dejaba el diario sin decirme nada; nunca preguntaba si había leído esto o
aquello, simplemente me lo daba. Un día le dije cómo hacía para levantarse tan
temprano,«¿Cómo hacés?», le dije. «Duermo en la imprenta» me contestó. «¿En la
imprenta?, pero, ¿dónde?, ¿tienes allí una cama?» «Sí, me armé allí una con
varios cajones…le pongo diarios arriba…» Y como viera mi expresión de sorpresa:
«Es comodísimo». Nada de lo que él hiciera por el Partido podría en realidad
sorprenderme ¡Estaba comodísimo durmiendo sobre cajones con diarios!
-Parece extraño que alguien tan
convencido de una idea no tuviera la pasión por transmitirla…
- Tal vez no me expresé
claramente…Tenía la pasión por transmitirla, pero era muy respetuoso de los
otros, y tal vez, en el fondo de su corazón creía que la mejor manera de
convencer era el ejemplo… Los que lo conocían tan bueno y generoso tenían que
meditar sobre la validez de sus ideas. El era la imagen viva del militante
honesto y abnegado, toda su personalidad estaba inflamada por la pasión
política. Nadie que lo conociera de cerca podía tener duda sobre su entrega
total.
-Al no compartir usted sus ideas
seguramente alguna vez impugnaría actitudes del Partido Comunista…
- Sí, algunas veces… y él… no
reaccionaba enseguida, demoraba en contestar, y tomaba un aire muy especial,
siempre el mismo.
-¿Un aire cómo?
- No sabría decirle…de dolor. Estoy
segura de que sufría mucho cuando sentía que no comprendíamos lo que para él
era tan evidente. Quedaba un rato callado y luego, con mucha calma y sencillez
respondía. Sus respuestas eran claras, no fáciles de contradecir.
-Usted me preguntó cuánto hace que lo
conocía… no sé, de toda la vida.
-Entonces era muy amigo, aparte de
compañero de militancia…
- Nunca militamos juntos.
-Pero usted está en el Partido Comunista.
- Sí, pero actuábamos en sectores
diferentes. Él en los últimos años dedicaba todos sus minutos a la política, yo
soy médico, ejerzo mi profesión…
-¿Recuerda cómo lo conoció?
- Cuando yo lo conocí él repartía
«Verdad», un diario del Partido, en bicicleta. Se recorría el Paso Molino, la
Teja… era un trabajo heroico… heroico y oscuro. A veces yo le decía: «vas a
terminar por matarte», porque ni para dormir tenía tiempo. El se encogía de
hombros y sonreía. Nunca hablaba de su militancia, a pesar de que ambos
estábamos en lo mismo, nuestros temas de conversación predilectos eran la caza,
la pesca, la preparación del próximo campamento.
-¿Había estado en la Unión Soviética?
- Sí… y es curioso. La gente que en
general vuelve de allá habla de tal teatro, de tal fábrica, o represa… él
hablaba de la gente.
-¿Conocía el ruso?
- Palabras sueltas, pero tenía tal
poder de comunicación que no creo que el intérprete le haya sido
imprescindible. Llegó cargado de regalos, regalos para todo el mundo, chicos y
grandes. No tenía nada pero siempre se las ingeniaba para comprar regalitos a
los niños… Lo recuerdo diciendo: «esperá, voy a comprarle este pañuelo para
Doña Rosaura». Doña Rosaura era la madre… no he conocido a nadie con tan poco
apego al dinero. Al dinero y a las cosas. Dormía donde cayera, aquí, en
cualquier parte. Usaba mis camisas y dejaba las suyas… o me dejaba la mejor que
tenía porque yo se la había elogiado… No tenía la menor preocupación por lo que
era suyo o mío… No conocía un hombre igual… Usted me está mirando muy
silenciosa y tal vez esté pensando que estas son las cosas que siempre se dicen
de los que ya han muerto. Es cierto, siempre se dicen cosas así de los muertos.
-A veces son cosas verdaderas.
- Sí, ésta es una de esas veces.
(Reportaje de María Esther Gilio a
familiares y compañeros de Mendiola, aparecido en el semanario Marcha el 28 de
abril de 1972)
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