DE NUEVO LAS ENCUESTAS Por Hoenir Sarthou

Semanario Voces



El teléfono sonó una, dos, tres, cuatro veces.“Qué raro; ¿quién llama a una oficina a las diez de la noche?”, pensé, con cierta curiosidad, mientras me disponía a atender.
La voz de mujer era muy impersonal, casi mecánica, pero demoré unos segundos en darme cuenta de que estaba oyendo un mensaje grabado.
“Buenas noches”, dijo, “Usted está siendo consultado para una encuesta que podrá responder en treinta segundos, usando el teclado de su teléfono”. La voz, que olía a computadora y a central telefónica, me ametrallaba con palabras, seguramente para no darme tiempo a cortar.
“Si las elecciones nacionales fueran el próximo domingo”, prosiguió, sin respirar, “¿usted a quién votaría? Por Tabaré Vázquez, oprima en su teclado el uno. Por Pedro Bordaberry, oprima el dos. Por Jorge Larrañaga, oprima el tres. Por Pablo Mieres, oprima el cuatro.”.
No sé si el mensaje agregaba algo más, porque en ese momento corté. Me sentía mal, extrañamente violentado.
Tuve que pensar por algunos minutos antes de descubrir el motivo de mi malestar.
¿El problema era la repentina intromisión en mis opiniones políticas? En parte, sí. Empeoraba la cosa que la intromisión fuera hecha por una máquina. Y me reventaba la rigidez de las opciones, ser un número en la estadística, no poder explicar, condicionar o relativizar mi decisión. Llegué a la conclusión de que la mujer mecánica daba por supuestas demasiadas cosas.
Aunque, si uno piensa el asunto con realismo y sin mucha imaginación, tal vez las cuatro opciones sean “cantadas”. Es decir, existe una fuerte posibilidad de que en las próximas elecciones nacionales los candidatos de los cuatro partidos sean esos: Tabaré Vázquez, Jorge Larrañaga, Pedro Bordaberry y Pablo Mieres. Sin contar alguna propuesta más, incluida la de esos partidos efímeros que, como hongos después de la lluvia, aparecen en cada elección.
Sin embargo, seguía sintiéndome molesto y, al mismo tiempo, cada vez más satisfecho de no haber contestado la encuesta.
¿Qué era lo que me molestaba tan profundamente?
Es cierto que a Pablo Mieres y a Pedro Bordaberry –en ese orden- difícilmente les aparezcan en sus partidos competidores con chance. Pero en el Partido Nacional la cosa no es tan clara. La figura del “Cuquito” Lacalle Pou viene creciendo y todo indica que dará pelea seria en las internas.
El caso de Tabaré Vázquez es un poco distinto. Por cierto, no se vislumbra una candidatura alternativa. Pero también es cierto que faltan casi dos años para las elecciones y que muchos frenteamplistas no están demasiado ilusionados con el “déjà vu” tabarecista. Sin contar con que Tabaré todavía no ha confirmado su candidatura y seguramente esté oteando el horizonte económico y político antes de lanzarla.
¿Qué diablos era lo que me molestaba tanto?
Pensé entonces en cómo se publican esas encuestas. Generalmente aparecen en la tapa de algún periódico, y, si se trata de un diario, el domingo. Después son levantadas por el resto de la prensa, otros diarios, la radio, la televisión. Son objeto de declaraciones de los candidatos, que las ensalzan si los favorecen y las relativizan si los perjudican. Lo cierto es que el resultado aparece tipo bomba: “48% de los uruguayos votaría a Fulano como presidente”. Así, sin anestesia ni filtro alguno.
Pero, ¿de qué forma se les preguntó y en qué condiciones respondieron esos uruguayos? ¿Se consideró que pueden preferir a otros partidos, o a otros candidatos de esos mismos partidos? ¿Se tomó en cuenta que un universo cerrado de opciones condiciona y limita las posibles respuestas?
El asunto es que esa clase de encuestas no se limita a informar sobre el estado de la opinión pública. En realidad moldea a la opinión pública. Porque reduce el universo de opiniones y de opciones, convirtiendo a la política en un retablo cerrado en el que sólo se puede opinar“Fulano, o Mengano”, o “No sabe, no contesta”. Y después se difunden los resultados como si fueran algo ya decidido.
Esas encuestas se saltean precisamente a la política. Dan por descontado aquello que debería resultar de años de sucesos y discusiones, de estrategias y alianzas, de cambios en la realidad y en la percepción pública de la realidad.
Consciente o inconscientemente, esas encuestas juegan a favor del “status quo”. Tanto en lo nacional como en lo partidario. Desde el momento en que encuadran a la realidad dentro de un marco recortado y ya establecido, contribuyen a inmovilizarla, a hacerla previsible e inmutable.
Faltan casi dos años de vida política antes de las elecciones. Dos años en que la economía experimentará cambios, en que las fuerzas políticas adoptarán estrategias, discursos, alianzas. Dos años en que el pueblo uruguayo –todos nosotros- deberemos decidir muchas cosas: si seguiremos postergando a la educación; si enfrentaremos a la delincuencia con más represión o no; si seguiremos apostando ante todo a la inversión extranjera; si las políticas sociales se orientarán al trabajo y a la educación o al asistencialismo; si seremos un“país natural” o un país extractivista, e incluso si podemos confiar en las fuerzas políticas y en los candidatos que conocemos. ¿Cómo creer que la opción por un apellido, hecha por teléfono y a las apuradas, puede dar cuenta de esa complejidad? ¿Acaso el procedimiento no termina por soslayar lo verdaderamente importante? ¿Qué efectos produce la difusión de esos resultados en el debate público? ¿Lo mejora y profundiza, o lo vuelve banal y rastrero?
La encuesta de la que fui “víctima”,probablemente junto con un millar y pico de uruguayos, no tenía responsables conocidos. La mujer mecánica no me informó qué empresa la realizaba ni quién había encargado el servicio. Pero, siendo fácil adivinar quiénes “encabezarán” la encuesta algún próximo domingo, no es difícil suponerlo.
Los métodos cuantitativos, entre los que se encuentran las encuestas y las estadísticas, pueden aportar al conocimiento que la sociedad tiene de sí misma. Pero no son los únicos métodos de investigación social. Por otro lado, son especialmente proclives a la manipulación, al contrabando ideológico. La presentación de una gama de opciones limitada, elegida por el entrevistador, presupone, aun cuando se haga con cuidado y buena fe (imaginen cuando no), una fuerte incidencia de éste en los resultados, que después se “venden” como “objetivos” y “científicos”.
Si alguien organizara una encuesta en que se preguntara, “¿Qué color prefiere, el azul o el verde?” Los resultados estarían de por sí sesgados. Porque se omite en la consulta a una gran cantidad de colores y se omite decir para qué se elige el color. No es lo mismo elegirlo para una camisa que para el jardín. Y la cosa se completa si el resultado se difunde como “EL 74% DE LOS URUGUAYOS PREFIERE EL AZUL”.
¿Cómo nos defendemos de la manipulación? ¿Cómo evitamos que nuestras respuestas sean encorsetadas en opciones prefijadas que tal vez no nos conforman? ¿Cómo evitamos ser usados para hacer creer que las cosas están más decididas de lo que en realidad están?
La respuesta seguramente sea aprender a no contestar encuestas cuando la consulta no es respetuosa de la libertad del encuestado y del marco de decisiones que realmente puede tomar. Y también aprender a leerlas, a averiguar qué fue lo que se preguntó y cómo se preguntó. Defenderse de la manipulación sigue siendo, como siempre, una cuestión de educación y de información.
Yo no le contesté a la mujer mecánica de anoche. No apreté el uno, ni el dos, ni el tres, ni el cuatro. Por eso, probablemente me contabilicen entre los “no sabe, no contesta”. Pero no es cierto. Sé muy bien lo que pienso. Por eso no contesté.
Así que ya sabe, señor encuestador anónimo, al menos una de los resultados que publicará uno de estos domingos es falso. Porque usted y la mujer mecánica preguntaron mal. No sé exactamente, todavía, con qué intención. Aunque lo imagino.


 

 

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