Honduras:
La revolución de las palmeras. Daniel Valencia Caravantes
Honduras:
La revolución de las palmeras. Daniel Valencia Caravantes
En el Valle del Aguán, al noroeste de Tegucigalpa,
Honduras, campesinos organizados y armados se enfrentan con los guardias
organizados y armados de los terratenientes en unas batallas por el control de
las plantaciones de palma africana, un laberinto de palmeras que se extiende
por todo lo ancho de la costa caribeña. Tres años y más de 60 muertos después,
el conflicto se asemeja mucho a una guerra, y el Estado es apenas un observador
silencioso en esta batalla entre dos frentes.
"¿Quién dijo miedo detrás de una palmera?".
Dicho de los campesinos del Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA),
Honduras.
Doris en el laberinto
A
las 11 de la noche del 25 de diciembre de 2009, Doris Pérez se preparó para una
emboscada. Se puso unos vaqueros, una camisa grande de hombre, de botones,
cuadriculada, unas botas de hule y sobre el cabello castaño un gorro negro.
Cinco
horas más tarde cargaba un machete en una mano. Avanzaba despacio y en
silencio. Los rayos de la luna se colaban raquíticos hasta los senderos que
separan a unas palmas africanas de otras palmas africanas. Gracias al follaje
de las palmeras, elevado 25
metros , ella y el resto de campesinos eran sombras
sigilosas que esquivaban como podían las ramas secas del camino. El menor
ruido, cerca de la estación de guardias de seguridad, a la entrada de la finca,
podía frustrar la misión.
En
el Valle del Aguán, al noroeste de Tegucigalpa, Honduras, una plantación de
palma africana puede convertirse en un laberinto sin paredes. Forma senderos
interminables y desde cualquier punto evoca un espejo infinito: palmeras
gigantescas, casi idénticas, alineadas una detrás de la otra, una a la par de
la otra; cientos a la derecha, cientos a la izquierda y en diagonal... Un mar
geométrico de árboles en el que solo los expertos saben entrar, salir,
esconderse.
Doris
no conocía ese laberinto pero no iba sola. Era una más entre el grupo de 100
usurpadores que avanzaban, decididos, para tomarse La Aurora, una de las
plantaciones propiedad de la Exportadora del Atlántico, empresa de Miguel
Facussé, uno de los hombres más poderosos de Honduras. La mayoría de los
sigilosos invasores cargaba machetes y gorros como los de Doris. Unos pocos,
los que lideraban la expedición, se cubrían además el rostro con pasamontañas.
Esos cargaban armas de fuego.
El
asalto fue rápido. "¡Ahí vienen los campesinos!", gritó un guardia a
lo lejos. Alguien disparó, otros respondieron y Doris se escondió detrás del
tronco de una palmera. La División Nacional de Investigación Criminal (DNIC) en
el municipio de Tocoa, departamento de Colón, insinúa que fueron los campesinos
los primeros en apretar los gatillos. "Los campesinos amenazaron con armas
de fuego", escribió en un informe -elaborado año y medio después, en mayo
de 2011- el jefe departamental de la división, Nelson Aguilera. Según los
campesinos, ellos únicamente respondieron al fuego de los vigilantes. En el
Bajo Aguán, las versiones sobre los enfrentamientos siempre están divididas.
De
los hechos de aquella madrugada basta decir que había 25 guardias armados
contra un centenar de campesinos. Los guardias huyeron serpenteando entre las
palmeras. Cuando uno de los campesinos de la delantera descubrió la retirada,
gritó: "¡Vencimos!" Doris también gritó, varias veces, mientras
alzaba su machete, mientras brincaba, mientras se fundía en un abrazo con
Geovany, el joven que venía a su lado: "¡Ganaron los campesinos! ¡Ganamos!
¡Que vivan los campesinos!"
* *
*
El
Valle del Aguán es una inmensa alfombra verde que atraviesa los municipios de
Tocoa y Trujillo, en el Caribe hondureño. Es un paraíso agrícola en el que
confluyen transnacionales como la Standard Fruit Company, con sus furgones
planchando día y noche la Carretera Panamericana; poderosos terratenientes como
Miguel Facussé, con más de 16 mil hectáreas de tierra; un ejército de guardias
privados para custodiar la carretera y las fincas; y más de 3 mil campesinos
pobres y sin tierras.
Hace
tres años, en mayo de 2009, se expresaron aquí las profundas diferencias entre
esos hombres y mujeres pobres y los terratenientes millonarios. En una revuelta
pacífica y sorpresiva, un millar de campesinos ocuparon la planta El Chile, una
de las procesadoras del aceite de palma africana de la Corporación Dinant, la
empresa insignia de Miguel Facussé.
Esa
toma generó pérdidas millonarias a Dinant, porque en un mundo con una creciente
crisis energética los derivados del aceite de la palma africana generan cada
día millones de dólares en ganancias. El aceite de palma es el cuarto producto
de mayor exportación en Honduras, y en los últimos 10 años ha colocado al país
en la lista de los 10 principales productores del mundo. Pero más allá de lo
económico, se impone el valor simbólico de lo que ocurrió hace tres años: por
segunda ocasión en una década, los campesinos de esta zona del país entonaban
un mismo cántico revolucionario. Exigían más tierras para los pobres a costa de
quitar tierras a los ricos.
Doris
Pérez y el resto de los que participaron en aquella primera toma de 2009 y en
las que la han seguido desde entonces, están inspirados por otros que en el año
2000 se tomaron por primera vez tierras en el Aguán. En aquel entonces, la
región intentaba recuperarse de la devastación provocada por el Huracán Mitch
de 1998, que dejó inundaciones, ríos revueltos, puentes destruidos, derrumbes y
muerte. Más de un millón de damnificados, 5 mil fallecidos y 8 mil
desaparecidos. Honduras, el país más afectado por el huracán, tenía hambre y
frío. Entonces de todos los rincones del país, una masa de campesinos caminó hasta
el Valle del Aguán, aquel que en otros tiempos había sido un edén de
productividad agrícola, de empleo, de estabilidad, pero que para el nuevo siglo
se había convertido en un intrincado sistema de compraventas, de cooperativas
campesinas quebradas, estafadas, sobornadas. Todo eso lo sabían los campesinos,
pero aún así las familias marcharon cargando machetes, una muda de ropa,
animales de granja y niños. Decían que si la tierra alguna vez fue de los
campesinos debía volver a manos de los campesinos. Decían que el Estado no los
podía dejar morir de hambre. Se instalaron en las tierras del otrora Centro
Regional de Entrenamiento Militar (CREM), el campamento en el que Estados
Unidos entrenó en tácticas contrainsurgentes a los ejércitos de Centroamérica, hace
más de 30 años, en los 80. Se instalaron y ya nunca se fueron. Luego de meses
de negociaciones, los campesinos aceptaron asentarse en una porción de tierra
lo suficientemente grande como para que ahora quepan ahí los cultivos, las
edificaciones, y hasta la tercera generación de esos primeros colonizadores.
Los
campesinos de 2009, autonombrados como el Movimiento Unificado Campesino del
Aguán (MUCA) emularon aquellas tomas pero le agregaron un nuevo matiz: se
armaron. El entonces presidente de Honduras, Manuel Zelaya, intentó reaccionar
y diluir el movimiento aceptando sus motivos, negociando entregas parciales de
tierras y prometiendo soluciones futuras, pero el golpe de Estado que lo
derrocó en junio de 2009 truncó cualquier posible acuerdo.
El
movimiento creció y se organizó. Para el primer semestre de 2010 eran 23 las
plantaciones tomadas, en una operación que paralizó la producción en más de 20
mil hectáreas de tierra, el equivalente al área urbana de la capital del país,
Tegucigalpa, o a casi cuatro veces la isla de Manhattan, en Nueva York. El 10
de diciembre, 200 campesinos se tomaron 950 hectáreas de la
finca La Confianza; el 22 de diciembre cayó la finca San Isidro; en la
madrugada del 26, Doris y sus compañeros se tomaron La Aurora; el 5 de enero de
2010 cayó la Finca Concepción...
El
gobierno de Porfirio Lobo, electo a finales de 2009 e instalado el 27 de enero
siguiente, se encontró con un fenómeno desbocado y ya no pudo hacer mucho. Las
tomas siguieron. El nuevo presidente apenas alcanzó a colocarse como
intermediario entre los campesinos y los terratenientes, encabezados por Miguel
Facussé, dueño de 12 de las 23 fincas tomadas. La intermediación solo consiguió
que los campesinos entregaran la mayoría de las tierras a sus actuales dueños y
se instalaran en poco más de 4 mil hectáreas, a cambio de una promesa de
compraventa, de remediciones y acciones jurídicas que definieran si era legal
que un pequeño grupo de terratenientes tuviera tanta tierra en su poder. Así se
desarrolló el conflicto: con el gobierno negociando con cada grupo por
separado, y con los bandos enfrentados entendiéndose con las armas. Lo dicen
los hechos. Lo dice el odio que ha crecido en estos tres años entre los dos
bandos armados. Lo dicen los muertos que comenzó a cobrarse y que se sigue
cobrando el conflicto del Bajo Aguán.
Como
los tres guardias que en enero de 2010, cinco semanas después de la toma en la
que participó Doris Pérez, regresaron a sus puestos de vigilancia en La Aurora
creyendo que la Policía había desalojado a los usurpadores. Se encontraron con
las armas de los campesinos, decididos a preservar a cualquier precio la tierra
conquistada. Los tres fueron abatidos a balazos. Del lado de los campesinos no
hubo ninguna baja. Las autoridades no realizaron capturas. Por ninguna de las
más de 60 muertes que ha caudado la guerra por el Bajo Aguán hay capturas. Ni
una sola. Los guardias, eso sí, han vengado a los suyos por la vía de las
armas, en otros enfrentamientos, de otras maneras.
Zona de guerra
—¡Ahí van
esos hijos de puta! ¡Sígalos, compa, sígalos!
Contagiados
de la urgencia que hay en la voz de Vitalino, giro a toda velocidad el timón,
damos media vuelta y enrumbamos de regreso a Tocoa. El pick up con el que nos
acabamos de cruzar y que ha despertado la cacería desaparece en una curva.
Aceleramos. 80
kilómetros por hora. Lo redescubrimos a lo lejos, en la
recta de asfalto. En la cama del pick up van, parados, sujetos a un armazón de
hierro, media docena de hombres. Algunos llevan pasamontañas. Van armados, pero
por la distancia no sabemos si lo que cargan son escopetas, fusiles o -quién
sabe- armas de juguete. Vitalino Álvarez, "El Chino", el vocero del
MUCA, que está sentado a mi lado y nos sigue animando a darles alcance, asegura
que vio armas largas.
—¡Ahí
llevan AK-47, compa! ¿No las vio? ¡Métale, compa! Métale para que les saquen la
foto.
En
el asiento trasero, el fotoperiodista alista su cámara. Los guardias bajan la
velocidad cerca de la entrada a Tocoa, en un desvío en el que hay una
gasolinera y que separa a la ciudad de las plantaciones. Entre Tocoa y las
plantaciones de palma de Miguel Facussé hay 15 minutos en automóvil. La
división entre lo urbano y lo rural es una nada.
Nos
llevan 200 metros
de ventaja cuando llegan al desvío y cruzan a la derecha. Vitalino, mi
copiloto, sube el vidrio y se enrolla en el asiento. Perseguimos a los guardias
de la finca San Isidro, la propiedad que colinda con el asentamiento campesino
de La Confianza y con la finca La Aurora. Esta zona de plantaciones es como un
rombo en el que en cada esquina hay hombres armados. Los guardias controlan una
de las cuatro partes del territorio en disputa. Los campesinos las otras tres.
Los
encapuchados giran a la derecha y se meten en una calle de tierra, paralela a
la Carretera Panamericana. Vitalino grita:
—¡Siga
recto, compa! ¡Ahí ya no nos metamos! ¡Esa es zona caliente!Apenas y asoma los
ojos chinos por la ventana, mientras los guardias se alejan, escoltados por una
nube de polvo. No hemos tenido oportunidad de fotografiarlos. Damos media
vuelta, ya despacio, y emprendemos el camino original hacia La Confianza.
Vitalino no sale del caparazón en el que convirtió el asiento de copiloto hasta
que retomamos la Carretera Panamericana. Son las 6:30 de la mañana. Es martes
29 de mayo de 2012 y faltan dos días para que venza un ultimátum que lanzó el
terrateniente Miguel Facussé.
Han
pasado tres años desde las primeras tomas en el Bajo Aguán y el gobierno no ha
resuelto nada. Aquí todavía suenan las balas y caen los cuerpos. La lista de
asesinados supera, repito, los 60. La mayoría de las bajas son del lado
campesino. Las autoridades no han hecho, repito, ni una sola detención. El
terrateniente dijo hace dos semanas que los campesinos tienen que desocupar las
4 mil hectáreas en las que se replegaron mientras esperan que el gobierno haga
algo que convenza a todos, que deje satisfechos a todos. Pero en estos días
nadie entiende, ni siquiera el gobierno, por qué el terrateniente tiene tanta
prisa. Los campesinos han respondido que de esta tierra solo los sacan muertos.
Por
fin atravesamos La Confianza, el asentamiento campesino más organizado del Bajo
Aguán, y nos topamos con la cerca que separa la finca San Isidro de las tierras
a las que las gentes del MUCA llaman con mística revolucionaria
"territorio liberado". La calle se convierte en una T que surca un
océano de palmeras. Si vamos hacia la izquierda, nos explica Vitalino, daríamos
con la misma "zona caliente" donde se metieron los guardias que
perseguíamos. Ahí no entra nadie, dice. A la derecha está el sector de Sinaloa,
con las instalaciones del Instituto Nacional Agrario (INA) y el camino hacia la
finca La Aurora, ambas en manos de los campesinos. Enfrente, 50 metros detrás de la
cerca que protege la finca San Isidro, sobresale una barricada.
Es
un muro de sacos de arena levantado debajo de las palmeras. Parece que no hay
nadie, pero igual nos sentimos observados. Tomamos fotos. Esta es "zona
caliente", tierra de sospechas, de paranoias. Enfrente tenemos el
territorio que ocupan los hombres de Facussé.
Vitalino
nos invita a un café en un chalé ubicado en medio de los dos territorios
enemigos. Bromeamos con que este lugar fue la Casablanca del Bajo Aguán, como
en la película. Aquí, hace solo un año, guardias y campesinos coincidían a la
hora del almuerzo. Hoy se han acumulado demasiados odios como para que eso se
repita. Aquí, en este Rick's centroamericano, mientras su dueña prepara huevos
fritos, calienta el café y hornea las tortillas, Vitalino nos cuenta de una
campesina aguerrida, una líder del movimiento. Nos habla de Doris Pérez.
* *
*
A
las 6 de la mañana del 5 de junio de 2011, Doris Pérez preparó cinco pollos que
comerían su familia y sus amigos más tarde, en el almuerzo. Primero les torció
el pescuezo. Luego los desplumó. Por último, les sacó las entrañas.
Terminando
estaba con el último animal cuando unos jóvenes le advirtieron que los guardias
de la finca San Isidro hacían "una gran disparazón". "Ahí que se
maten ellos, nosotros no les estamos haciendo nada", respondió ella. Los
jóvenes le dijeron que por atenida le podía ir mal, y se marcharon.
Media
hora más tarde, cinco mujeres pasaron junto a Doris corriendo, espantadas.
Cuando, intrigada, fue a ver qué pasaba al otro lado de la casa, que alguna vez
funcionó como oficina gubernamental, a Doris se le aguadaron las piernas. Un
grupo de guardias armados cruzaba la calle de tierra y estaba a punto de entrar
al INA, el sector ocupado por los campesinos en el que desde un año antes vivía
Doris. A gatas se metió a la casa y encontró a tres de sus cuatro hijos
escondidos debajo de una cama. La mayor, de 11 años, que ya no cupo en el
hueco, le dijo: "¡Hoy nos matan, mamita!". Ambas se tiraron al suelo
cuando la casa fue barrida por los disparos.
Pasaron
unos minutos hasta que el silencio que suele seguir a las balas logró convencer
a Doris de que era hora de escapar. Uno de los pasillos internos de la casa
conducía al patio, donde quedaron unos pollos sin plumas, encima de una pila.
Ahí reunió a los niños, que temblaban, y les dijo: "Primero Dios no nos
pasa nada, pero tenemos que correr con todas nuestras fuerzas". Les ordenó
desfilar uno detrás del otro, lo más recto posible. Doris imaginaba que si
corrían en grupo serían un blanco fácil. No habían avanzado ni 10 metros cuando le
dieron la razón los zumbidos de los disparos que caían a los lados de la fila,
que zigzagueaba entre los arbustos.
Cerca
de la salida de la propiedad encontraron apretujadas, asustadas, congeladas, a
las mismas que huyeron cuando inició el ataque. "¡Levántense, que ahí vienen
los guardias!"
Y
entonces Doris sintió el balazo.
Todavía
siguió corriendo junto a sus hijos por unos minutos, hasta que uno de sus
compas, que acudía en auxilio de quienes huían en desbandada, se le echó encima
y la aventó al suelo. "¡Cuidado, muchacha!", le dijo, antes de que
ambos rodaran en la tierra, antes de que una bala zumbara justo donde ella
estaba parada. Ese hombre, cree ella, le terminó de salvar la vida. El compa se
levantó, tomó su fusil y se fue a repeler a los guardias. Antes de irse, le
dijo a otro que auxiliara a Doris, gravemente herida. Solo entonces Doris se
tocó el vientre y se manchó con su propia sangre; solo entonces se dio permiso
para ser débil. Sintió algo ácido en el estómago y vomitó.
La
bala había atravesado el celular que cargaba en la cintura, sostenido por unos
apretados vaqueros, y se le había alojado en las entrañas. Ella cree que esa
costumbre de cargar ahí los celulares le permitió sobrevivir. Ahí carga ahora
su nuevo celular, cubriendo la cicatriz del disparo. "Imagínese me agarran
de nuevo", dice Doris Pérez.
Doris Pérez Vásquez, 28 años, participó en la toma de fincas
de 2009 y 2010. Un año y medio después un grupo de guardias se adentraron en
los terrenos donde Doris y su familia estaban refugiados y recibió un disparo
en el abdomen.
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Los
guardias de los terratenientes tienen bien ganada mala fama entre los
campesinos y entre oenegés que velan por los derechos humanos en Honduras. En
la semana del ultimátum de Miguel Facussé un grupo de estas oenegés instauró en
Tocoa un juicio simbólico en el que se recogieron más de 15 testimonios que
hablan de asesinatos, maltratos, desapariciones, persecuciones a manos de esos
guardias. Asistieron cientos de habitantes de las comunidades de la zona y de
los asentamientos del MUCA. En la mesa de honor lograron sentar a un
representante de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.
Nadie
contó el caso de Carmela Chacón. El 15 de mayo de 2011, los guardias de la
finca San Isidro secuestraron a Pascual López, su cuñado. Pascual, de 45 años,
le cuidaba unas vacas a Carmela en un pastizal ubicado al extremo norte de la
finca, que linda con otro asentamiento de campesinos llamado Rigores. Cuando
los guardias lo vieron, le dispararon en una pierna y luego lo arrastraron
hacia el laberinto de las palmeras. Todo esto ocurrió frente a los ojos de
Jaime, un niño de 12 años que acompañaba a Pascual aquella tarde. Será porque
iba al otro lado del rebaño, cubierto por una docena de vacas, pero no vieron a
Jaime, que cuando escuchó los disparos se escondió detrás de unos matorrales.
Un año después, el niño no logra sacarse de la cabeza aquella imagen: un hombre
arrastrado hacia una plantación mientras grita que lo suelten, que le den
auxilio. Pascual, a la fecha, no aparece. Su cuñada, cuando lo recuerda,
todavía llora.
Cuando
inició el conflicto, los principales periódicos de Honduras, el gobierno y
buena parte de la sociedad, cuando hablaban de la guerra en el Bajo Aguán se
referían únicamente al terror que provocaban los "campesinos
guerrilleros". La violencia ejercida por el ejército de guardias armados
que custodian las fincas de los terratenientes no encontraban espacio en
ninguna portada ni en ningún discurso gubernamental. Si se pregunta a las
autoridades, casi siempre dicen que los guardias actuaron en legítima defensa.
Tuvieron que pasar tres años, y más de 60 muertos, la mayoría campesinos, para
que los campesinos dejaran de ser víctimas de "la violencia" -así, en
abstracto- de un país devorado por la delincuencia y con la medalla de tener la
tasa de homicidios más alta del mundo. Ahora los periódicos comenzaron a
preguntarse quién asesina a los campesinos del Aguán y a pedir reacciones a la
Corporación Dinant, a la que los campesinos acusan de ordenar la mayoría de
asesinatos. Dinant se lava las manos. Le reclama al gobierno porque no logra
poner orden en la zona. Hoy que le toca responder, cuando un campesino cae
muerto o desaparece, la empresa de Facussé responde que no se dedica a la
eliminación sistemática de personas.
Los
familiares de estos campesinos no creen a Dinant.
Yamileth
Valle es una de las que desconfía. A mediados de marzo de 2012, dos fiscales
del municipio de Trujillo ingresaron al recién inaugurado cementerio del
asentamiento campesino en La Confianza. Pretendían exhumar un cadáver, pero no
pudieron iniciar la excavación porque Yamileth Valle, de 16 años, estaba
sentada sobre la tumba recién sellada y no quería levantarse. Tenía una mirada
furiosa, en la mano derecha una piedra, y alrededor de los pies otra docena.
Yamileth desafió a los fiscales a que intentaran desenterrar a su padre, Matías
Valle, asesinado un mes antes, pero les advirtió que con las piedras apuntaba a
la cabeza. Los fiscales no lo intentaron demasiado.
Yamileth
desconfiaba de los fiscales. Ni siquiera creía que fueran fiscales. Aún hoy no
tiene cómo comprobarlo, pero en el conflicto del Bajo Aguán casi nadie trata de
confirmar sus sospechas. Aquel día, Yamileth temía que esos hombres estuvieran
del lado de los asesinos de su padre, uno de los máximos líderes del MUCA.
Desde el día del asesinato, los rumores decían que los sicarios que lo mataron
no podían cobrar su pago porque les pedían la cabeza de Matías Valle como
prueba para cobrar la recompensa.
Matías
Valle se había convertido en los últimos años en uno de los principales promotores
de la lucha campesina en el Bajo Aguán. Exsoldado, se convirtió a la causa
campesina después de asistir a algunas asambleas que el MUCA organizó en su
comunidad, ubicada muy cerca de una de las fincas de Miguel Facussé. Al
principio, Valle llegaba a escuchar, pero pronto comenzó a hacer oír su voz y
se acabó por convertir en el enlace de los campesinos del Aguán con las
organizaciones campesinas del resto del país. Él fue el principal organizador
de la revuelta pacífica que culminó con la toma de la planta extractora de
aceite de palma de la Corporación Dinant en mayo de 2009. La primera toma
campesina, la que dio inicio al conflicto armado entre los campesinos pobres y
los guardias de los terratenientes.
La
identidad del hombre que ordenó la muerte de Matías Valle quizá sea, para
siempre, un misterio sin resolver. Yamileth da por hecho que los gatilleros
eran hombres de Miguel Facussé. En la mañana en que fue asesinado, Valle
esperaba un autobús en una parada cuando dos sicarios, en moto, lo acribillaron.
Tres de los disparos le entraron en el tórax. Matías Valle quedó tendido sobre
un piso de tierra, con los ojos completamente cerrados, frente a unas cajas de
cervezas y gaseosas llenas de botellas vacías.
Lo
velaron en su comunidad, y en la noche de la vela un amigo corrió el rumor de
que los sicarios, guardias de una de las fincas, necesitaban cortarle la cabeza
al cadáver para cobrar por el trabajo. Por eso en el cementerio de Quebradas de
Arena se abrió un nicho para un cuerpo que nunca se enterraría. La familia
decidió hacerlo en otra comunidad llamada Suyapa, pero el rumor también los
alcanzó hasta allí. Matías Valle fue enterrado en los terrenos de La Confianza
porque es zona liberada y los policías y fiscales saben que no pueden llegar
hasta allí sin bajar los vidrios de los autos y, sobre todo, sin permiso del
MUCA. La tumba fue cavada debajo de unas palmas africanas.
El sueño del guerrillero
Si
no hubiera tanto en juego, las muertes en el Bajo Aguán quizá hubieran
significado poca cosa en Honduras, el país más violento del mundo. Su tasa de
homicidios para 2011 fue de 82 por cada 100 mil habitantes, y diluidos en esas
cifras los asesinatos por este conflicto bien podrían pasar inadvertidos. Pero
lo que ocurre aquí importa. Están en juego millones de dólares representados
por miles de hectáreas agrícolas cultivadas con palma africana. Y está en juego
un proyecto político.
En
2009 se expresaron aquí las profundas diferencias entre Manuel Zelaya, un
presidente que se salió del molde de las élites hondureñas, y la poderosa clase
empresarial del país. Es curioso que para entender el conflicto del Bajo Aguán
haya que revisar el papel de un antiguo terrateniente convertido en político y
derrocado con un golpe de Estado.
En
junio de 2009 Zelaya, un finquero hijo de finqueros de la región ganadera de
Olancho, había dado la espalda al ala tradicional del Partido Liberal, que lo
llevó a la presidencia, y se había convertido en aliado del presidente
venezolano Hugo Chávez. También se había revelado como un defensor populista de
las causas campesinas en Honduras. El 17 de junio de 2009, en una reunión con
un millar de campesinos del Bajo Aguán, realizada en la ciudad de Tocoa, Zelaya
lanzó una bomba para el sector político empresarial del país: prometió remedir
las tierras de los terratenientes y entregar los excedentes que estuvieran
fuera de la ley, junto a otras tierras ociosas, a unos 100 mil campesinos que
reclamaban suelo cultivable. Los líderes del MUCA que participaron en la firma
de ese acuerdo no pudieron ser más felices. Zelaya movió hilos en el Congreso y
aprobó el decreto que haría realidad sus promesas. El conflicto del Bajo Aguán
parecía solucionado. Pero la alegría campesina duraría muy poco. 11 días
después de esa promesa, el domingo 28 de junio de ese mismo año, el ejército,
tras conspirar con la élite económica del país y con la mayoría del Congreso,
sacó a Zelaya de su casa en plena madrugada y lo subió a un avión con destino a
Costa Rica. Allá llegó exiliado el presidente derrocado. Allá se bajó de un
avión, vestido en pijamas.
"Eso
nos hizo entender que había que actuar por la fuerza, dado que el sistema
estaba colapsado. No había otra salida", dice hoy Jhony Rivas, uno de los
líderes políticos del MUCA y el negociador en la mesa del gobierno de Porfirio
Lobo, que tres años después todavía intenta solucionar el conflicto.
¿Qué
pasó en el Bajo Aguán tras el golpe? Hasta agosto de 2009, dos meses después
del golpe, los campesinos no hicieron nada. Se sumaron al Frente Nacional de
Resistencia Popular (FNRP), un movimiento que abrazaba a un sinnúmero de
gremios, oenegés y asociaciones que van desde defensores de derechos humanos,
maestros, sindicalistas, estudiantes, obreros, políticos y campesinos opuestos
al golpe de Estado. El FNRP era una nueva izquierda visible, y quería el
regreso de Zelaya. Para agosto de 2009 ya era evidente que no lo lograría.
Entonces los campesinos se decidieron a actuar.
"Si
algo estalla, va a estallar en el Bajo Aguán. Allá hay comunidades entrenadas,
comunidades con armas", nos dijo aquel agosto un activista beligerante del
FNRP en
Tegucigalpa. Este activista, en esa época, era uno de los encargados del
sistema de comunicaciones, tenía contactos con la mayoría de líderes de esa
resistencia.
Tres
años después, en el Bajo Aguán hay una guerra entre dos frentes: los campesinos
y los guardias de los terratenientes, y el Estado es apenas un testigo silencioso
de lo que aquí está ocurriendo.
En
septiembre de 2011 el general René Osorio, jefe de las Fuerzas Armadas
hondureñas, calificó de "guerrilla" a uno de los bandos en esta
guerra. Se refería a los campesinos.
Un
guardia vigila una de las entradas del asentamiento La Confianza, un territorio
dominado por el MUCA. Aunque esta organización niega poseer armas restringidas
para uso militar, se pueden ver algunos fusiles automáticos en manos de sus
miembros.
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Atardece
en el Bajó Aguán, a la redonda todo se ha pintado gris y se aproxima una
tormenta. La anuncia una llovizna que humedece la frente de Vitalino Álvarez,
"El Chino", el hombre con el que estuvimos persiguiendo a un pick up
lleno de guardias. Recién cruzamos la caseta de control de la entrada principal
y un hombre con pistola al cinto y un fusil en la mano le pregunta a Vitalino
quiénes somos. Se lo pregunta con un semblante serio, con desconfianza.
"Vienen conmigo, compa. Vienen a conocer el asentamiento", explica
Vitalino. El equipo de seguridad tiene todas las alertas encendidas.
Entramos
a La Confianza y desde decenas de ranchos de manaca (como se llama aquí a las
chozas hechas con ramas de palma africana unidas con nailon y recubiertas con
barro) hombres, mujeres y niños nos observan curiosos. Los campesinos han
soñado con que esto algún día se convierta en una bonita colonia. Las calles ya
están trazadas, hay una escuela con techos de lámina, un templo católico, uno
evangélico, los cimientos de una casa comunal y el pasto para una cancha de
fútbol. El dinero para todo esto ha salido de la venta de la fruta de la palma
africana que los campesinos han cosechado en las fincas tomadas. Los líderes
del MUCA estiman que solo en 2011 lograron un producción de 114 millones de
lempiras (alrededor de 6 millones de dólares). La administración de estos
fondos recae en una asamblea comunitaria. Los del MUCA se han convertido en
millonarios, por decirlo de alguna manera. En la tierra ocupada dan empleo a
cientos de familias y con los beneficios pagan salarios que rondan los mil 300
lempiras semanales (68 dólares) por ocho horas de trabajo. Comparando con los
38 dólares semanales que ganaban trabajando para los terratenientes en estas
mismas fincas, con jornadas que superaban las 12 horas diarias, los campesinos
dicen sentirse satisfechos.
El
MUCA asegura que el pago de salarios consumió el 60% de lo que el movimiento
ganó en 2011. El resto lo invirtieron en seguir edificando La Confianza y en el
mantenimiento de la organización. Y el mantenimiento de la organización incluye
la compra de armas. En lo que va de conflicto, la Policía ha recogido rumores
sobre las armas de los campesinos a lo largo y ancho del caudal del río Aguán.
Solo rumores, porque armas de guerra no ha pescado ninguna. Esos rumores dicen que
las AK-47 están escondidas en el follaje de las palmeras oenterradas a la
orilla del río o en cajas, debajo de las chozas en los asentamientos... Hay
fotografías que alimentan esos rumores: hace dos años, un fotógrafo de La
Prensa captó la imagen de un grupo de encapuchados que cargaban lo que se
presume eran unos fusiles de guerra.
Más rumores. Un periodista de la Resistencia Nacional, que nunca publica nada con su nombre real, que viaja por todo el país para monitorear cómo se está moviendo la Resistencia, invita a creerle y a no creerle cuando habla de los secretos del Aguán. "En una de las zonas tomadas hay un campo de entrenamiento militar, pero como nunca los dejarán llegar hasta ahí, y como el periodismo vive de confirmaciones, esto que les cuento no les sirve de nada".
Más rumores. Un periodista de la Resistencia Nacional, que nunca publica nada con su nombre real, que viaja por todo el país para monitorear cómo se está moviendo la Resistencia, invita a creerle y a no creerle cuando habla de los secretos del Aguán. "En una de las zonas tomadas hay un campo de entrenamiento militar, pero como nunca los dejarán llegar hasta ahí, y como el periodismo vive de confirmaciones, esto que les cuento no les sirve de nada".
Lo
cierto es que en La Confianza hoy Vitalino carga en la cabeza una gorra; en la
espalda una mochila; y en la cintura, por debajo de la camisa, una pistola
nueve milímetros. "Está en regla", dice. Es decir, que es un arma
legal, registrada a su nombre. Con la pistola se protege cuando sale del
perímetro custodiado por el equipo de seguridad, porque el vocero del MUCA,
dice, no puede andar desarmado cuando viaja a otros lugares. "Los compas
me lo han exigido". Los compas se la han comprado. Luego nos pide que no
hablemos de las otras armas, que no fotografiemos las otras armas, que no
escribamos de las otras armas.
Vitalino
no es campesino. Al menos no un campesino que cultive palma africana. Es un
activista político que antes del golpe de Estado trabajaba en la construcción y
administraba una pequeña tienda. Ahora trabaja a tiempo completo como vocero
del MUCA y enlace del movimiento con la prensa nacional e internacional.
"¡Hasta la victoria siempre!", se lee en su tarjeta de presentación.
Vitalino ha sido político siempre. Es un sobreviviente de la década más
represiva de un país que aniquiló, en los 80, todos los intentos de la
izquierda de acabar por las armas con "los opresores" de este país.
En Honduras hubo un intento de formar una guerrilla, como la de El Salvador,
como la de Nicaragua, como la de Guatemala, pero fracasó. Vitalino sueña ahora
con una segunda oportunidad.
En
aquella época hubo dos famosas células guerrilleras ligadas al Partido
Comunista de Honduras: las Fuerzas Populares de Liberación "Lorenzo
Zelaya", y los Cinchoneros. A los integrantes de la primera los llamaban
"Lenchos", en honor al pionero de las luchas campesinas, asesinado en
1935. Los de la segunda le deben su nombre a Serapio Romero, un campesino que
vivía de hacer cinchos y correas para caballos. Hace un siglo y medio, Romero
lideró una revuelta en contra del presidente de turno, fue capturado y murió
decapitado, por orden judicial, el 20 de julio de 1868.
—A una de
esas células pertenecía, pero no les voy a decir a cuál –dice Vitalino,
mientras tomamos gaseosas al pie del rancho que comparte con su pareja, una
morena de pelos rizados y labios gruesos. En una esquina del solar que ocupa en
La Confianza, Vitalino tiene una letrina, y la puerta de lámina de la letrina
está recubierta por una llamativa bandera de Estados Unidos. "Es que el
imperio se ha cagado tanto en nuestros pueblos, compa, que hay que jugarle una
broma", dice Vitalino, mientras ríe con los dientes completamente pelados.
Según él, en algo tiene uno que pensar mientras caga.
* *
*
A
Vitalino no le gusta revelar muchos secretos. No es originario del Bajo Aguán.
Su verdadera residencia está a siete horas de camino, en otro departamento.
Allá viven sus hijos y la madre de sus hijos. "Aquí está mi otra familia.
Aquella ya la formé, ya camina sola. Ahora aquí me necesitan más", dice. A
su modo, Vitalino protege a los suyos, intercede por los suyos. Y ellos se lo
agradecen.
"¡Chino!
¡Chino!", grita una niña pelirrubia que nos sale al paso, con los brazos
abiertos, bajo la llovizna. Seguimos recorriendo La Confianza y la niña
prácticamente se cuelga de Vitalino, que la carga y la abraza mientras hace de
guía en esta utopía de comunidad autorregulada. "El robo y el hurto
comprobado se sanciona con tres veces el valor de lo robado, y se anotará en el
expediente personal del compañero sancionado. Att. Junta de Disciplina y Vigilancia",
se lee en un rótulo colgado en la puerta de la administración de la comunidad.
Avanzamos.
Un niño chapotea casi desnudo en una poza que se ha formada en la calle de
tierra. Vitalino se molesta. Hay visita -nosotros- y quiere que todo brille en
el asentamiento estrella del MUCA y un niño careto, con los calzones llenos de
lodo, rompe con la estampa. Le grita a la mamá del niño y le hace señas. Se lo
llevan. "¿Quieren ver la quesera?", nos pregunta Vitalino, mientras
la madre y el niño se escabullen dentro de una champa. "Eso que ven allá,
al fondo, es el bulevar. Ya casi está terminado". En una ancha avenida de
tierra, una docena de lámparas formadas en línea recta esperan a que llegue el
cemento.
Una
reportera de la televisión local, del municipio de Tocoa, se entretiene
entrevistando a la niña pelirrubia de siete años, ojos vivaces y pestañas
colochas.
—¿Qué
querés ser cuando seas grande? –le pregunta.
—Una socia de la cooperativa porque aquí vivo muy bien –contesta la niña, risueña pero apenada, moviendo los pies, apretándose los dedos, mirando hacia el suelo barroso.
—Una socia de la cooperativa porque aquí vivo muy bien –contesta la niña, risueña pero apenada, moviendo los pies, apretándose los dedos, mirando hacia el suelo barroso.
Vitalino,
complacido, sonríe. "Estos niños ya saben lo que significan las siglas del
MUCA. Desde pequeños los vamos preparando", nos dice. En las escuelas de
los asentamientos, además de enseñarles a sumar y a restar, a los niños les
inculcan la historia y los valores del movimiento campesino.
La
reportera entrevista a Vitalino. "(...) Esta es una lucha que nunca vamos
a dar por perdida", alcanzamos a escuchar, mientras nos concentramos en la
pelirrubia que ahora juega sobre un montículo de arena.
—¿Qué es el
MUCA? ¿Qué significa? –le preguntamos.
La
niña levanta el dedo índice y gira 360 grados, al tiempo que responde, risueña,
con la mirada perdida en algún punto del asentamiento, que desde aquí luce
inmenso:
—Todo esto
es MUCA.
Manifestación del Movimiento Unificado Campesino del Aguán en
la Ciudad de Tocoa, el pasado mes de junio.
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* *
*
Son
las 2 de la tarde y en el Bajo Aguán el calor provoca sudores a un millar de
campesinos que rodean al ministro de Agricultura, César Ham. Ham es un
ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional de Honduras que con el tiempo se
convirtió en burócrata y en uno de los líderes del partido de centroizquierda
Unión Democrática (UD). Cuando derrocaron a Manuel Zelaya fue uno de los
principales opositores al golpe y al gobierno de facto de Roberto Michelletti,
pero no renunció a participar como candidato a la presidencia por UD en las
elecciones que ganó Porfirio Lobo. El FNRP no se lo perdona. Le acusan de
legitimar el proceso electoral y con ello al gobierno de facto. Peor fue cuando
Ham aceptó integrar el "gobierno de unidad" que Lobo instauró, y se
convirtió desde 2010 en ministro de Agricultura. A él le ha correspondido
actuar como mediador en el conflicto de tierras en el Aguán. Sin resultados
hasta el momento.
Ham
es un hombre recio y desconfiado. No confía en los campesinos y tampoco confía
en los guardias de Miguel Facussé. Hace dos horas entró al INA, el lugar en el
que casi perdió la vida Doris Pérez, custodiado por un convoy militar compuesto
por tres vehículos Humvee armados con metralletas M-60. Cuando entraron, los
soldados apuntaron hacia los campesinos con sus armas. Un grupo compuesto por
unos 30 campesinos respondieron apuntándoles con sus celulares. Decían que
había que registrar en fotografías esa "intimidación". Los soldados
se retiraron del lugar, y se parquearon frente a la finca San Isidro, sin dejar
de apuntar con sus metralletas. La reunión está por terminar y los soldados
siguen patrullando el perímetro.
Ham
ha venido para dar otro ultimátum a los campesinos: o firman un acuerdo de
compraventa con el gobierno y asumen un préstamo con bajos intereses para pagar
con él las tierras ocupadas a Miguel Facussé, o serán desalojados. "Es
ahora o nunca, compañeros, tienen que firmar", dice el ministro Ham. Le
responde el silencio. Los campesinos no entienden por qué el gobierno se ha contagiado
con la prisa del terrateniente.
Antes
de que se retire, una campesina increpa al ministro:
—¿Por qué
nos llama compañeros, si mire cómo nos viene a visitar: presionándonos,
intimidándonos con esos hombres y esas armas?
—Compañeros,
a mí me hubiera gustado ir a la finca La Aurora para reunirme allá con ustedes,
pero es que no nos engañemos: esta zona es caliente allá y acá, y uno solo
quiere ser precavido.
Ham
se monta en su camioneta, y atraviesa La Confianza para buscar la Carretera
Panamericana. Ni un ministro custodiado con tres Humvees se atreve a tomar el
camino que corre a lo largo de la finca San Isidro, la zona caliente. En esta
zona hay que ser precavidos.
* *
*
El
ministro se fue hace 10 minutos y nosotros queremos conocer a los famosos
guardias del terrateniente. La guerra del Aguán se ha cobrado ya una docena de
bajas de su lado y ellos también tendrán algo que decir. Pese a las
advertencias de Vitalino Álvarez y a la precaución del mismo César Ham,
decidimos que es ahora o nunca, así que tomamos la calle de la zona caliente y
la atravesamos. Avanzamos a 10 kilómetros por hora. Desde ambos lados de la
calle, el laberinto de palmeras africanas nos vigila.
A
los pocos minutos los vemos. Serán unos ocho o 10. Quizá una docena. No hay
tiempo para contarlos. Unos están sentados en una especie de banca y otros
están parados. Parecen posar para una foto de postal, con el paisaje de las
palmeras al fondo. Portan armas. Parecen escopetas. A su alrededor hay
pichingas de agua. El grupo es una mancha azul turquesa en medio del negro de
las sombras de las palmeras y del verde del follaje. De un inconfundible azul
chillón es la camisa de su uniforme.
Vamos
a detenernos. Levantamos la mano para saludar. Ellos nos han visto llegar y
ahora nos pueden distinguir a través de la ventana abierta del copiloto. Es
entonces cuando escuchamos un disparo. ¿Un disparo? En esta zona hay que ser
precavidos, ya lo dijo el ministro, así que para efectos prácticos ese tronido
fue un disparo. Aceleramos. Las llantas traseras se barren. ¿Se barrieron? Nos
perdemos delante de una nube de polvo. ¿La levantamos?
Un
día después, le narramos lo sucedido al jefe policial del municipio de Tocoa,
Daniel Reyes.
—¿Un arma
con silenciador? Tal vez un disparo a la tierra. ¿50 metros? ¿Dice que había
palmeras? El sonido pudo ahogarse entre las palmeras... Pero mire, déjeme
decirle algo... Eso que hicieron es una imprudencia. ¡Si ni nosotros vamos por
esa ruta! Y si vamos nos coordinamos primero con ellos. ¿Es qué don Vitalino no
les advirtió que esa es zona caliente?
En
ese camino, en esa zona caliente, el 15 de agosto de 2011 cinco personas fueron
asesinadas. Tres hombres y dos mujeres. Recién habían salido de las
instalaciones ocupadas del INA. Nadie sabe por qué tomaron la calle de la zona
caliente. Nadie les dijo que debían ser precavidos. Lo cierto es que un pick up
los interceptó y desde el pick up los acribillaron. Cuatro de los asesinados
eran empleados de la embotelladora Pepsi, que venían de pintar unas vallas
publicitarias. La quinta era la dueña del negocio favorecido con la publicidad
de esa compañía. Por esta masacre no hay ningún sospechoso, mucho menos algún
capturado. Ya hemos dicho que por las muertes en el Aguán no hay nadie
detenido. Nadie.
Tres
días más tarde, en Tegucigalpa, le narramos lo mismo al gerente financiero de
la Corporación Dinant, Roger Pineda.
—Honestamente
no sé qué decirle. La verdad es que los nervios están crispados. No se
justifica, pero (los guardias) deben tener una paranoia, sobre todo cuando ven
gente extraña. Bueno, ustedes lograron captar la esencia del ambiente que está
ahí, ¿no?
El terrateniente padece dolores de
espalda
A
juzgar por una foto colgada en el lobby de su oficina en la ciudad de
Tegucigalpa, en la que se le ve con una banda azul cruzándole el pecho, uno
pensaría que Miguel Facussé Barjum es el presidente de Honduras y está pasado
de años. Por las fotos que hay en un taburete de su oficina, sin embargo, el
terrateniente es un abuelo canoso, bonachón y sonriente. Y por el aparato de
masajes dispuesto frente al ventanal, en el que se somete a dos sesiones
diarias de terapia, Facussé es un anciano de 85 años que debe inclinarse mucho,
boca arriba, para intentar sosegar sus fuertes achaques en la espalda.
Facussé
es todo eso y más. Es uno de los empresarios más poderosos de Honduras y sus
detractores dicen que es pieza clave para poner y quitar presidentes en su
país. Su influencia se extiende por todo el istmo centroamericano, donde su
empresa, Corporación Dinant, tiene fuertes inversiones. Inunda las cocinas -y
los anuncios en televisión- con el popular aceite vegetal "Mazola" y
las pastas marca "Issima". En las tiendas y supermercados introdujo
la marca "Yummies", especializada en las tajaditas de plátano
"Zambos", en los palitos de papa "Zibas", y en los aros de
cebolla "Taco". Las inversiones de Facussé inclusive saltan hasta
México, al Norte; y Colombia, al Sur. El 4 de mayo de 2011, un fan escribió en
la página de Facebook de la compañía: "Grande el Zar de las marcas".
Dinant produce y exporta snacks, jabones, lejías, pastas y aceite de palma.
También ha invertido con éxito en biogás, biodiésel y biomasa. Todo esto último
gracias a la palma africana.
A
Facussé en las esferas políticas de Honduras todavía lo llaman "Tío
Mike", un mote que cobró relevancia cuando su sobrino, Carlos Flores
Facussé, gobernó el país entre 1998 y 2002. Pero para los campesinos del Bajo
Aguán este empresario es "el terrateniente". El mote tiene un asidero
lógico: según Dinant, antes de las tomas Facussé tenía en Honduras 16 mil
hectáreas destinadas al cultivo de palma africana. Eso sin contar las
propiedades que aseguran poseer en Nicaragua. El mote también lleva un dejo de
rencor que asoma en la voz de los campesinos cada vez que hablan del conflicto:
¿De quién son esas tierras? "Del terrateniente". ¿A dónde trabajaba
antes de ingresar al MUCA? "En la palma del terrateniente". ¿Quién
mató a su esposo? "Los guardias del terrateniente". ¿Por qué no
denunció el asesinato? "Porque la Policía está con el terrateniente".
En
su oficina hay otros dos objetos que lo perfilan: un cuadro pequeño, con un
dibujo a grafito, en el que sobresale orgullosa una palma africana, y una
avioneta a escala que reposa sobre un archivero, al lado del escritorio.
"¡Le fascinan!", dice Anabela, su asistente en los últimos 25 años.
En Honduras dicen que Facussé suele poner a disposición de los presidentes y de
la élite política centroamericana sus avionetas. También hay quienes dicen que
muchas de esas avionetas aterrizan con fines sospechosos en las plantaciones de
palma del terrateniente. Sobre todo después de que la organización WikiLeaks
revelara en 2011 algunos cientos de cables confidenciales de la embajada de
Estados Unidos en Honduras.
En uno de esos cables, fechado el 4 de marzo de 2004, la
embajada reporta el aterrizaje, descarga y posterior destrucción de una
narcoavioneta en una finca de Facussé, ubicada en el municipio de Trujillo.
En
el conflicto del Bajo Aguán, el narcotráfico ocupa un papel importante. Según
el ejército, gracias a los narcos los campesinos se han armado hasta los
dientes. Según los campesinos, algunos de los enfrentamientos en los que han
muerto guardias e incluso policías han sido en realidad revueltas entre
narcotraficantes y guardias o policías que se les enfrentan. Lo único cierto es
que se ha comprobado que los narcotraficantes utilizan las fincas más cercanas
al mar Caribe para aterrizar sus avionetas o descargar narcolanchas. Lo único
seguro es que esta región está dominada por el narcotráfico.
Según
el mismo cable develado por WikiLeaks, en marzo de 2004 fue el mismo Miguel
Facussé quien reportó a las autoridades que una narcoavioneta fue derribada por
los guardias cuando sobrevolaba su finca. Al margen de las diferentes versiones
que la embajada norteamericana recogió sobre el suceso, el entonces embajador
Larry Palmer cerró el cable considerando "de mucho interés" el hecho
de que en los 15 meses previos al reporte otros cargamentos de droga habían
tratado de desembarcar en esa misma propiedad de Miguel Facussé:
"In July 2003, a go-fast boat
crashed into a sea wall on the same property and engaged in a firefight with
National Police forces. Two known drug traffickers were arrested in this
incident and 420 kilos of cocaine were recovered. Earlier in the year, another
air track terminated at the same property and appeared to have used the same
airstrip".
* *
*
Es
lunes 4 de junio de 2012. El plazo para que los campesinos firmen con Facussé
un acuerdo de compra o desalojen las tierras se ha vencido, y aunque la Policía
ya recibió las órdenes de desalojo, por instrucciones del gobierno no han
actuado y dan un compás de espera. El MUCA, acorralado, ha anunciado que
firmará el acuerdo y comprará las tierras usurpadas. En la sede de Corporación
Dinant, un complejo de oficinas situado en una loma, en el centro de
Tegucigalpa, nadie está celebrando nada. Facussé no está en casa. Pese a la
promesa de su equipo de relaciones públicas, el empresario designa a otro para
que hable en su lugar: el gerente financiero, Roger Pineda. Al terrateniente no
le gusta hablar con la prensa.
Pineda
es un ingeniero agrónomo, experto en banca, que lleva 16 años trabajando para
Facussé. Es un hombre de buenas maneras que habla fluido, como un candidato
entrenado en plena campaña electoral, y quizá sea por eso que me recuerda a los
diputados cuarentones, pasados de peso, que se saben ganadores porque hay
alguien mucho más fuerte detrás de ellos que los respalda. Pineda es el
representante y vocero de Facussé para el conflicto en el Bajo Aguán. Es quien
da la cara a la prensa por su jefe. Desde septiembre de 2011 no viaja a la zona
porque dice que lo han amenazado de muerte. Hace una semana, por sugerencias
del departamento de seguridad de la compañía, blindó su camioneta.
Pineda
asegura tener una visión clara de lo que está ocurriendo en el Bajo Aguán, pero
antes de compartirla con nosotros ofrece copias de denuncias por usurpación y
de un informe elaborado por la Dirección Nacional de Investigación Criminal de
la Policía de Honduras, en donde se detallan todos los ataques contra la
Exportadora del Atlántico en el Bajo Aguán. Pineda muestra fotocopias de notas
periodísticas que habla de campesinos armados y violentos. Habla de guardias
desaparecidos. De guardias torturados "a los que les arrancaron la oreja
como salvajes".
—Contra los
guardias de esta empresa también hay serias acusaciones –le decimos.
—¿Pero
dónde están judicializadas? ¿Dónde están las pruebas? Nosotros amparamos
nuestras acusaciones sobre la base de denuncias verificables en las oficinas
destinadas a perseguir el delito. Los dichos de los campesinos, en cambio...
¿cuál es el asidero de sus denuncias?
—¿Los
guardias de esta empresa nunca han disparado un arma contra un campesino?
—Siempre
que han utilizado un arma de fuego es para defenderse. Nuestros guardias
siempre han fallecido adentro de las fincas, no fuera de ellas.
—¿Qué
ocurrió en la finca El Tumbador?
—No hay una
conclusión clara sobre lo que pasó, pero nuestros guardias portaban pistolas y
escopetas. Sin embargo, los campesinos tenían disparos de AK-47. Como le
repito, nosotros pusimos a disposición de la justicia a nuestros guardias pero
no hubo y a la fecha no hay certeza de lo que pasó.
El
15 de noviembre de 2010, en la finca El Tumbador, ubicada en el municipio de
Trujillo, cinco campesinos fueron asesinados y otra media docena fueron heridos
de gravedad, tras una toma que terminó en tragedia, los 100 campesinos que
intentaron hacerse de la finca terminaron huyendo despavoridos. Según la
Fiscalía, los cinco asesinados fueron abatidos fuera de la finca custodiada por
los guardias de Dinant. Una de las víctimas, un joven de 23 años, José Luis
Sauceda, padre de dos niños, recibió "varios disparos en la cabeza".
—¿Qué tipo
de armas utilizan los guardias de la empresa?
—Armas
legales: escopetas y pistolas.
—¿No
utilizan armas de guerra?
—Hay
fotografías, de la prensa, en donde usted se da cuenta que son los campesinos
los que utilizan armas ilegales. Yo no sé qué pasó en esa ocasión en El
Tumbador... Supongo que ellos mismos, en la desesperación, fueron presas del
cross-fire.
—El jefe de
la policía municipal en Tocoa dice que en los enfrentamientos entre guardias y
campesinos nunca han encontrado casquillos o municiones de escopetas o
pistolas. Dice que los enfrentamientos son con armas largas.
—¡Pues
claro! ¡Son las que usan los campesinos!
Roger
Pineda saca una última fotografía: es una ampliación a colores. En la imagen,
un hombre carga una pancarta de color rojo con las siglas MUCA pintadas de
blanco. En la esquina de la pancarta aparece dibujado, en negro, el rostro del
Che Guevara. Para Pineda detrás de las acciones de los campesinos hay una
motivación política.
* *
*
Un
sábado de 2010 –Pineda no recuerda la fecha- un hombre que lo había visto en la
televisión lo abordó a la entrada de un supermercado. Para esa fecha, primer
trimestre de 2010, las 23 fincas en el Bajo Aguán seguían tomadas. El hombre le
preguntó a Pineda si ya habían resuelto el problema, y Pineda le respondió que
lo estaban intentando resolver. Entonces el hombre se le quedó mirando, serio,
y Pineda se asustó. Después, se sorprendió. "Dígame la verdad –le dijo
aquel hombre-, tengo 45 manzanas de tierras y quiero saber si las voy a perder
o no".
—Ahí me
cayó el 20 de por qué el MUCA ha hecho esto, sobre todo a don Miguel. Lo que
han logrado es crear en la mente de la población un estado de indefensión
inmediato, bajo la siguiente lógica: la gente ve el escenario y se pregunta:
¿si al grande, o a uno de los más grandes lo botaron, por qué no me van a botar
a mí?
Pineda
está convencido de que hay un grupo detrás de los campesinos que está
utilizando la fuerza como estrategia de una campaña política, pero no se atreve
a ponerle nombre alguno a sus suposiciones. "No, sé, no sabría
decirle..."
Pineda
cierra su hipótesis citando otros hechos. Según él, la guerra por el Bajo Aguán
lo que ha hecho es levantar otros frentes de guerra. Para junio de 2012, en
varias regiones del país, incluido el Valle de Sula, departamento de Cortés,
movimientos campesinos se habían tomado miles de hectáreas de cultivo de caña
de azúcar. La industria azucarera de Honduras reportó pérdidas superiores a los
300 millones de lempiras debido a la toma de las tierras. Los campesinos de esa
zona han copiado la organización de las tomas en el Bajo Aguán.
Los hombres más tristes del mundo
La
penúltima vez que vimos a Jhony Rivas, el líder político del MUCA, a Vitalino
Álvarez, el vocero, y a Doris Pérez, la campesina que se tomó La Aurora y fue
baleada en el INA, fue el viernes 1 de junio, en la toma del puente sobre el
río Aguán, que sirve de entrada al municipio de Tocoa. El día anterior había
vencido el ultimátum del terrateniente y del gobierno.
Vitalino
llevaba gorra, camiseta y su nueve milímetros en la cintura; Jhony Rivas un fólder
en la mano y dos custodios en los costados; Doris Pérez llevaba sombrero, una
camisa cuadriculada de botones tallada en la cintura, jeans apretados y un par
de botas negras con tacón alto. Parecía una vaquera a la moda.
Vitalino
soñaba con que en la marcha los campesinos desfilaran con los machetes en alto
y con los malayos con los que cortan la fruta de la palma africana. El malayo
es un tubo de aluminio de 25
metros de largo que tiene acoplada una hoja curva y
afilada en la punta. "¿Ha visto cómo desfila el ejército chino, compa? Eso
da una impresión de poder", nos dijo días antes de la marcha. Pero en la
marcha eran muy pocos los campesinos que cargaban machetes y solo él y los
guardias de Jhony Rivas estaban visiblemente armados. Ese viernes, el MUCA, a
sus campesinos, les aseguraba que nadie podía presionarlos, que la lucha
llegaría hasta las máximas consecuencias.
Dos
días después, el domingo 3 de junio, nos reencontramos con ellos en
Tegucigalpa. Estaban recluidos en un hotel custodiado por el equipo de
seguridad del MUCA. Después de la marcha en el puente, el equipo de negociación
de los campesinos, liderado por Jhony Rivas, se había movilizado de urgencia
para pensar mejor las cosas y había acabado por aceptar el acuerdo ofrecido por
el gobierno, con cierta sensación de derrota.
Doris
Pérez se alegró al vernos, pero rápido regresó a la melancolía que reinaba en
el lugar. Nos dijo que los habían presionado con el uso de la fuerza, con las
amenazas de desalojo, que firmaron sin querer firmar. Lo mismo repitieron
Vitalino y Jhony Rivas.
Vitalino
improvisó una conferencia de prensa y Johny Rivas se lanzó a hablar. A medio
discurso entró al salón uno de los máximos dirigentes del Frente Popular de
Resistencia Nacional de Honduras. Nos vio, saludó y se retiró. Era Rafael
Alegría, uno de los hombres más cercanos al depuesto presidente Manuel Zelaya,
que hoy impulsa la candidatura presidencial de su esposa, Xiomara, por medio
del Partido Libre, extensión del FNRP.
La
conferencia de Rivas se alargó una hora. Aunque la lógica mandaba que
estuvieran felices porque ahora La Confianza y más de 4 mil hectáreas de tierra
iban a ser suyas, porque ya no habría amenazas de desalojos y las escrituras
estarían a su nombre, porque el conflicto, en teoría, estaba resuelto y
cesarían los enfrentamientos, la violencia, los asesinatos, Jhony y Vitalino
estaban tristes. En aquel hotel, lejos de celebrar que habían ganado tierra
para más de 600 familias campesinas, actuaban como si lo hubieran perdido todo.
* *
*
Un
hombre camina lento en un camino de tierra, a un costado de una plantación de
palma africana. Esa plantación es el laberinto de la finca Paso Aguán, otra de
las propiedades del terrateniente Miguel Facussé. El campesino se llama
Gregorio Chávez, tiene 69 años. Gregorio es miembro activo del MUCA. Alguien
aborda a Gregorio y Gregorio desaparece sin dejar rastro. Desaparece en la tarde
del domingo 3 de junio, el mismo día en el que el MUCA decidió darle una tregua
al conflicto. A la fecha, Gregorio sigue desaparecido.
***
Un
grupo de hombres encapuchados, sigilosos, armados, se abre paso entre las
palmas africanas. Es la madrugada del domingo 8 de julio. Ha pasado un mes
desde que los campesinos, el gobierno y Miguel Facussé acordaron la tregua; un
mes desde la desaparición de Gregorio Chávez en la finca Paso Aguán. Los
campesinos que caminan entre los árboles de palma saben que hay un acuerdo
firmado y saben que hay un desaparecido más. Por supuesto que lo saben. Quizá
albergan esperanzas de encontrar mientras avanzan los restos de Gregorio
Chávez. Pero su objetivo es otro. El grupo sigue avanzando y esquiva como puede
las ramas secas del camino. El menor ruido, cerca de la estación de guardias de
seguridad, a la entrada de la finca Paso Aguán, podía frustrar la misión...
Nota: El 1 de agosto de 2012, la el Congreso hondureño
aprobó una veda de armas de fuego en la región del Aguán. La veda, sin embargo,
exime a los guardias de seguridad privada, a los guardias del terrateniente.
Ocho días más tarde, tres campesinos fueron acribillados por un grupo armado en
las cercanías de la finca Paso Aguán. Por este crimen, como por el resto, no
hay ninguna captura.
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