Gabriel Boric asumió la presidencia de Chile
En una jornada cargada de simbolismo, el que fuera líder de
la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile en 2012 se convirtió
ayer en la primera autoridad de su país. Un antiguo manifestante que marchaba
frente a La Moneda para exigir educación gratuita, ahora llega al palacio
presidencial en el contexto de un país tremendamente movilizado. En su equipo,
conformado en gran medida por sus compañeros de protesta, saben que para el
éxito del gobierno es necesario que Boric siga con un pie en la calle.
Por 72 días los alrededores del Instituto de Estudios
Internacionales de Universidad de Chile, en la comuna de Providencia,
estuvieron llenos de gente. Durante ese tiempo, la sede universitaria dejó de
ser lo que era para convertirse en otra cosa: “La Moneda chica”, el nombre
extraoficial que se le otorgó al centro de operaciones donde Gabriel Boric
empezó a trabajar apenas fue elegido presidente de Chile, en diciembre. Su
presencia en el vecindario hizo que el tránsito de ciudadanos aumentara: muchos
y muchas querían acercarse al futuro mandatario, darle regalos, dibujos. Hoy,
cuando es 11 de marzo y Boric acaba de prometer “ante el pueblo y los pueblos
de Chile” que será presidente, la zona está inusualmente vacía.
En
cambio, la muchedumbre tradicional empieza a formarse afuera de la propia La
Moneda, el palacio presidencial al que Boric y su novia, Irina Karamanos,
llegarán pasadas las 18.00 para ingresar en él oficialmente como presidente y
primera dama. Luego, desde el balcón que da a la Plaza de la Constitución, el
dirigente estudiantil que llegó al Congreso en 2014 y alcanzó a cumplir la edad
mínima para competir por la presidencia justo a tiempo para la inscripción de
candidaturas emitirá su primer discurso oficial como mandatario en ejercicio.
El espíritu es de expectativa y de alegría; a ratos es, incluso, de
celebración: este viernes le dan la bienvenida al nuevo presidente, pero
también, especialmente, le cierran la puerta al que se va.
El
cambio de mando encuentra a Chile en un momento histórico, en medio de un
proceso de reescritura de la Constitución luego de la crisis social que estalló
un viernes 18 de octubre de 2019. Desde entonces, casi todos los viernes han
sido de protesta en el centro de Santiago. La represión policial que se puso en
marcha dejó cientos de heridos, y el presidente saliente, Sebastián Piñera, se
transformó para la ciudadanía en la cara visible de las violaciones a los
derechos humanos. Por eso, durante su última salida del palacio presidencial,
se escuchaba a lo lejos por la transmisión oficial el grito “asesino”.
Mientras Boric asumía el mandato presidencial en el palacio del
Congreso, en las afueras del recinto se reunían manifestantes que pedían
precisamente por las víctimas de la crisis social: quienes sufrieron estallido
ocular, quienes perdieron la vida, quienes están todavía en prisión preventiva
porque fueron detenidos en las protestas y el gobierno interpuso en su contra
un recurso especial llamado Ley de Seguridad Interior del Estado. El día
anterior a su asunción, el nuevo gobierno anunció que retiraría 139 de estas
querellas apenas entrara en funciones. Dentro del Congreso, una vez que terminó
la ceremonia, Boric se acercó a abrazar a uno de sus invitados especiales:
Gustavo Gatica, un joven que perdió la vista en las protestas.
Es una de las principales causas que se identifican aquí, en
este grupo de personas que poco a poco empieza a convertirse en muchedumbre.
Vienen a celebrar, sí, pero también a recordarle al nuevo presidente que la
ciudadanía enfurecida tiene el poder suficiente como para paralizar el
transporte de la principal región del país y presionar por una nueva
Constitución. Boric lo entiende porque él mismo proviene de la movilización, y
cuando hable desde La Moneda lo reiterará: “El pueblo de Chile es protagónico
en este proceso y no estaríamos aquí sin las protestas”. Los manifestantes, de
todos modos, parecen vigilantes.
El presidente que también protestaba
Cuando faltaban menos de 24 horas
para la asunción de Boric en La Moneda, en la calle Providencia había
manifestaciones y el tránsito para vehículos estaba cortado. Se veían
multitudes de estudiantes de secundaria que avanzaban por la calle hasta llegar
a un liceo donde surgió una denuncia grave: encontraron un grupo de Whatsapp en
el que los alumnos enviaban fotos íntimas de menores de edad sin su
consentimiento y hablaban de violarlas. Muchas chicas, de tres o cuatro
establecimientos de la zona, se juntaron para denunciarlos y en pocas horas la
alcaldesa de la comuna, Evelyn Matthei (Unión Demócrata Independiente), anunció
que tomaría acciones legales para protegerlas. De un tiempo a esta parte, en
Chile existe la noción de que las protestas logran cosas.
El mismo Boric milita esa creencia,
por eso inició a la vida política como dirigente estudiantil en medio de la
movilización universitaria más importante del último tiempo. Él formó parte de
la masa crítica que pujó por cambios. Su entrada a la institucionalidad se dio
hace ocho años, cuando entró al Congreso y empezó a criticar que sus compañeros
parlamentarios fueran más reticentes al cambio de lo que a él le hubiera
gustado. Pese a la evolución de manifestante a congresista, Boric nunca antes
había estado en una posición en la que existiera tanto espacio para resolver
como lo estará a partir de ahora. Como presidente, empezará a ensayar un rol
distinto: ser el destinatario de las protestas y dejar de ser quien las emita.
La presión de una ciudadanía
movilizada es algo que se siente como una constante. El mismo día de su triunfo
electoral, cuando las calles estaban repletas de sus votantes celebrando que
sería él quien reemplazaría a Sebastián Piñera en La Moneda, varios se
permitían una broma punzante: en lugar del grito instituido en Chile “renuncia
Piñera”, decían riéndose “renuncia Boric”. Su discurso, después, era
interrumpido a menudo por un clamor: “Liberar, liberar, a los presos por
luchar”, una referencia directa a quienes fueron detenidos en las protestas del
estallido social y siguen en prisión preventiva.
Tradicionalmente,
los cambios de mando en Chile se llevan a cabo los 11 de marzo, una fecha que
este 2022 cayó en viernes, el día en que usualmente la plaza –desde el
estallido nombrada Dignidad por la ciudadanía– se llena de manifestantes que
buscan mantener viva la revuelta, que quieren recordarle al resto del país que
las cosas todavía no cambian. Haberse formado políticamente en la movilización,
afirman fuentes dentro del nuevo gobierno, les ayuda a sentir una mayor empatía
con las demandas sociales, un fenómeno que nunca podrían minimizar ni
menospreciar, como sí sienten que lo hicieron las administraciones contra las
cuales ellos alguna vez protestaron.
En cierto momento, la renovación de la política chilena vino de
la mano de quienes tomaron el gobierno al término de la dictadura. Con el
tiempo, esas mismas autoridades dejaron de ser percibidas como revolucionarias
y fue contra ellas que los estudiantes se rebelaron. Esa evolución es evocada
como una moraleja entre quienes asumen sus cargos hoy: la sensibilidad social también
puede tener fecha de vencimiento. “Vamos a tener el desafío de sostener
permanentemente esa empatía, de seguir con los pies en la tierra para no
perderla nunca”, dicen. Una de las grandes metas será mantener a la ciudadanía
activa, pero de su lado. “Vamos a necesitar a las personas movilizadas”,
agregan.
Otro
flanco que puede convertirse en una debilidad es el hecho de que los futuros
ministros y el mismo presidente, si bien se forjaron en la movilización,
pasaron a tener su domicilio en la institucionalidad hace mucho tiempo. “Para
la gran mayoría de los dirigentes estudiantiles que entran al gobierno, su
última experiencia en una organización social de masas fue hace 11 años atrás.
Eso sucedió hace mucho tiempo, y quienes siguieron militando en esas
organizaciones no necesariamente están dentro del gobierno”, señala un
exdirigente del movimiento estudiantil.
No es
casual, dice, que este trabajo haya tenido su sede en las universidades donde
conocieron la política. “La lucha por reconstruir la educación pública en todos
sus niveles está en el corazón de este proceso de cambios”, dice. “Las
universidades públicas reconocen en esta generación política un gran aliado
para relevar su rol en la democratización del conocimiento y detener su
mercantilización. No es casualidad: simboliza una alianza estratégica”, afirma.
Otra exdirigente, que también se integra al gobierno, reconoce el mismo peso
simbólico. Ella, como muchos otros de esa generación, estudió en un liceo
público y entró a la universidad con el crédito con aval del Estado que sigue
pagando. “Nosotros vivimos las externalidades negativas del sistema”, explica.
Pensé por primera vez en la idea de cambiar la Constitución en 2006, cuando los
estudiantes secundarios iniciaron la llamada ‘Revolución Pingüina’”. “Todo lo
que nosotros criticábamos y proponíamos a los 17 años ahora nos toca hacerlo a
los 30”, apunta.
El sello universitario que le ha dado tempranamente el nuevo
gobierno a su administración es motivo de orgullo también para los exdirigentes
que no están en el Ejecutivo. Felipe Ramírez, quien fue secretario general de
la FECH en 2012 y hoy es dirigente gremial de los trabajadores y trabajadoras
de la U. de Chile, así lo ve. “No solamente es un honor, sino que también es un
signo muy potente de respeto y de respaldo a las instituciones del Estado, que
viene simbólicamente a resarcir el abandono en el que se encuentran estas
instituciones desde hace muchos años y a ser un respaldo a la labor que ellas
han cumplido. Hay un ejercicio muy consciente de darles un respaldo”, señala.
Ellos, cuando eran estudiantes, le pedían al gobierno que fortaleciera la educación
pública. Ahora, en la administración central, tienen la oportunidad de hacerlo.
Ahora son las 17.00. El presidente más joven de la historia de
Chile llegará a Santiago en el Ford Galaxie en una hora más y le prometerá a la
ciudadanía que trabajará con y para ellos. Boric todavía no ha arribado, pero
lo que se construye en el ambiente impresiona. Los ojos de quienes están acá se
dirigen al edificio como si el nuevo presidente ya estuviera adentro y lo que
dicen son frases enormes, como “ahora comienza la democracia real en este
país”. Hay niños que cuentan que lo quieren invitar a jugar fútbol, hay mujeres
con pañuelos verdes que dicen que esperan que no haya más violencia, que se
apruebe el aborto. Los alrededores de La Moneda se llenan de banderas de todos
los colores y la Plaza de la Dignidad, el centro neurálgico de las protestas,
por ahora está vacía.
Consuelo Ferrer,
desde Santiago. La Diaria 12 de marzo de 2022
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