Especulaciones sobre la LUC y la libertad
Libertad,
libertad, orientales
Largó
la campaña y salieron los primeros spots oficialistas. El tema es la libertad.
El yingle repite esa palabra como un estribillo. Un spot muestra primeros
planos de policías, intercalados con rostros de mujeres jóvenes (se ve que las
encuestas dan mal en ese grupo). En dos tomas, se ve un arresto: un joven
aparece primero esposado en el piso, después siendo llevado a un patrullero. En
el medio, se lee: «La LUC [Ley de Urgente Consideración] respalda a la
Policía». Sigue sonando la palabra libertad: es que nada dice libertad como
esposas y prisioneros.
Las
palabras, en política, tienen la mala costumbre de querer decir más de una
cosa. Esto provoca todo tipo de problemas. La palabra liberal viene de
libertad, por lo que no es raro que un gobierno liberal la reivindique. Pero la
libertad nunca es absoluta. No se trata de abrir o cerrar en abstracto, ni de
regular o desregular, sino de qué se abre, qué se cierra, en favor de qué
resultado y qué intereses se regula. En resumen: libertad para qué. En el caso de
la LUC, por ejemplo, libertad para mover 100 mil dólares en billetes sin dar
explicaciones.
A
quienes no tengan esos dólares, la LUC les consagra el derecho a renunciar a
derechos como inquilinos, en el dudoso entendido de que facilidades para
desalojarlos van a ayudarles a conseguir viviendas más accesibles. También, la
libertad de trabajadores individuales de ir a trabajar en caso de que sus
compañeros decidan ocupar, como si la huelga fuera un derecho individual y no
colectivo. En ambos casos, la libertad parece funcionar como un debilitamiento
de la fuerza colectiva y de la solidaridad social. Se llama libertad a la
desprotección.
Se
discute, últimamente, si la LUC es privatizadora o no. Sobre esto podemos decir
que la LUC no enajena de forma directa bienes del Estado. Pero también mandata
ajustes fiscales a través de la regla fiscal, que promueve la desregulación
financiera, que da beneficios a los competidores privados de las empresas
públicas, que las fuerza a parecerse a las empresas privadas, que da pasos
hacia la creación de un mercado de educación. La cosa, además, tiene una vuelta
de tuerca: estos mecanismos indirectos y complejos de privatización se usan,
justamente, para producir resultados privatizadores (expansión de lógicas de
mercado, de la competencia, de formas de gestión privada, reducción del gasto
público) de formas difíciles de entender y de señalar como privatizaciones. Es
que los neoliberales uruguayos temen que este referéndum sea entendido como una
repetición de las consultas populares sobre las privatizaciones de 1992, 2002,
2003 y 2004, en las que perdieron por mucha diferencia.
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Después
del buen resultado electoral del turbo neoliberal Javier Milei en la ciudad de
Buenos Aires, la revista humorística Barcelona tituló: «Esvásticas, candidatos
borrachos, armas en el escenario, negacionistas: todo sobre el avance de la
libertad».
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La
palabra libertad nos lleva a las profundidades del inconsciente político
occidental. Arroparse con la libertad es apelar a la forma en que toda una
civilización habla de sus aspiraciones: a no ser tiranizados, a no ser
censurados, a no estar subordinados, a poder seguir nuestros deseos, a no ser
meros autómatas.
La
libertad puede ser entendida como libre albedrío. Una idea que suele caer simpática.
Pero hay una trampa: si somos libres, somos culpables. Si alguien habla mucho
de libertad, es posible que lo que quiera sea culpar a alguien de algo. Si
estás desempleado, si no podés pagar el alquiler, si no podés estudiar (por
ejemplo, si cerraron tu grupo por recortes presupuestales), hacete cargo de tu
fracaso. Esta idea de libertad, así, sirve para bloquear la pregunta sobre por
qué hacemos lo que hacemos y nos pasa lo que nos pasa. Donde podría haber una
pregunta sobre nosotros mismos y las formas en que podríamos ser distintos el
liberalismo pone el misterio de la voluntad y el peso de la culpa. Y atrás
viene el castigo, merecido.
Y ya
que hablamos de castigo, recordemos que la LUC aumenta las penas por varios
delitos. Es decir, va a meter a más gente presa por más tiempo, en prisiones ya
hacinadas (¡libertad!). Detrás de esto parece estar la idea de que se dará más
libertad a quienes no cometan delitos. No parece tener en cuenta que, en la
experiencia uruguaya, los aumentos de penas no reducen los delitos. Quizás haya
un cálculo electoral: vender represión rinde. El problema es que la evidencia,
otra vez, dice lo contrario: los plebiscitos que propusieron más represión en
2014 y 2019 fueron derrotados.
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La
LUC prohíbe los piquetes (es decir, las protestas que impiden la circulación),
dificulta las ocupaciones, introduce el delito de agravio a la Policía. El
conflicto político y la protesta se mezclan con la cuestión de la seguridad.
Esto, sumado a la pasión anticomunista de muchos partidarios del No, hace
acordar a tiempos en los que, en este país, no abundó la libertad.
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Para
el liberalismo, la libertad no es hacer lo que colectivamente queremos (un gran
malentendido suele homologar el liberalismo a la democracia). Es la libertad de
cada persona y cada empresa para percibir las señales del mercado y actuar en
consecuencia. El resultado de lo que hacemos colectivamente surge de la
competencia y el interés individual, y es inapelable. Ser libre es
subordinarnos a las fuerzas del mercado, que se supone que son capaces de crear
resultados mejores que cualquier otra forma de organizarnos. Hay en el núcleo
de esta forma de pensar una renuncia al autoconocimiento colectivo y a la
posibilidad de entender y decidir lo que hacemos juntos. El mercado es más
sabio que cualquiera de nosotros y también que todos nosotros juntos. Esta idea
es parecida a la de los viejos conservadores, para los que la tradición
incorporaba conocimientos implícitos acumulados a lo largo de muchas
generaciones, por lo que siempre es peligroso intentar cualquier cambio social.
Libertad, extrañamente, es no intentar inventar nuevas formas de vivir juntos.
Ya
que la cosa se puso filosófica, convoquemos a un filósofo que puede ofrecernos
una alternativa. Spinoza tiene fama de determinista y es cierto que critica las
ilusiones del libre albedrío. Pero fue también uno de los pioneros en la
defensa de la libertad de expresión y la democracia. Al leerlo, parece pensar
las emociones, las imaginaciones y los cuerpos de forma geométrica, deductiva,
como si fueran por completo predecibles. Pero, al mismo tiempo, no reniega de
la idea de libertad. Esto parece una contradicción, pero es en realidad un
problema de definiciones. Es que para él la libertad es básicamente lo mismo
que la potencia. Ser más libre es poder más cosas. Y podemos más cosas cuando
entendemos las causas de lo que nos pasa y podemos actuar teniéndolas en
cuenta, aumentando así nuestra potencia. Potencia que aumenta cuando la sumamos
a la de otros. Y estas uniones de muchos, a su vez, llegan a su mayor potencia
cuando deciden qué hacer no por miedo o por engaño, sino por estar
racionalmente convencidos y afectados de alegría. Por eso la democracia es la
mejor forma de organizarse, la más potente y, por lo tanto, en la que somos más
libres.
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El
presidente dijo más de una vez que la libertad es la esencia del Uruguay. Busca
ligar así las viejas consignas del patriotismo que en el siglo XIX intentaba
sacarse de encima a los imperios («libertad o muerte») con la idea neoliberal
de libertad. No es evidente que sean lo mismo. Pero si la cosa va de discutir la
esencia del Uruguay, no sorprende que la campaña del Sí haya elegido como
eslogan «La LUC no es Uruguay». ¿Pero qué sí es Uruguay? Podríamos preguntarnos
cuál es la idea de libertad de los uruguayos. Y si esto de la libertad no
tendrá que ver con decidir las cosas de a muchos, con usar las instituciones
públicas para aumentar nuestra potencia individual y colectiva, con protegernos
de los azares del mercado, con vivir nuestras vidas sin tener que estar todo el
tiempo corriendo y siendo evaluados, con inventar y proteger formas de hacer
las cosas que no son las de la empresa. Si lo que el oficialismo quiere es una
discusión sobre la libertad, puede correr más riesgos de los que piensa.
Gabriel
Delacoste, 19 noviembre, 2021, Brecha Numero 1874
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