Santa laicidad

 

“CON FEDERICO ÁLVEZ, DOCTOR EN HISTORIA

El debate sobre la laicidad se pone nuevamente sobre la mesa a raíz de los sumarios a 16 trabajadores de la educación del Liceo N.º 1 de San José. Este concepto, propuesto por José Pedro Varela en 1876, sigue redituando, pero ¿de qué se trata?

 

—¿Qué es la laicidad? ¿Hay consenso en su significado?

—Reinhart Koselleck dice que la primera característica de un concepto es ser indefinible. A diferencia de las palabras, que tienen significado, los conceptos están todo el tiempo siendo disputados, resemantizados, y quien consigue momentáneamente definir ante la opinión pública el sentido (más que el significado) de alguna forma, maneja los juegos discursivos. En el caso uruguayo, la laicidad tiene algunas características sobresalientes y aunque parezca una paradoja el concepto se transformó en algo sagrado que sirve como un comodín para denunciar sin muchos argumentos y sin muchas justificaciones la reputación de alguien. No hay un consenso sobre el concepto de laicidad, es una disputa. Justamente, es importante que no haya un único concepto. Muchas veces se intentó decir exactamente qué significa, cuando en realidad es una disputa política que no acaba nunca y no la puedes definir un día y para siempre.

—¿Qué característica particular tiene actualmente la laicidad en Uruguay?

—La cantidad impresionante de denuncias en la posdictadura de violación a la laicidad contra profesores en comparación con los poquísimos casos en que estos llegan a la Justicia realmente; se trata más bien de denuncias mediáticas.

—¿En qué sentido la laicidad es un valor a defender?

—En el sentido de que en la escuela todo está para ser profanado. O sea, si hay una manifestación política, esa manifestación debe ser trabajada en la escuela, conversada, debatida y colocada sobre la mesa. También, yo creo que el gran concepto que explica la laicidad es la profanación, no en el sentido religioso, sino en el filosófico: poder pensar, usar, expropiar los asuntos a sus dueños, poner las cosas arriba de la mesa para su uso común y su propagación, su debate, pensar libremente acerca de ellas. En este sentido, creo que la laicidad es un elemento central. La otra respuesta es que la idea de laicidad debería obligarnos todo el tiempo a pensar cuáles serían las cosas que convenientemente habría que separar de la escuela y si existen cosas que deben ser separadas, es decir, que pertenecen a lo privado y no a lo público.

—¿Que significa «violar la laicidad»?

—Ahí está el problema. ¿Qué es lo contrario de la laicidad? Violarla. Nadie pone arriba de la mesa exactamente qué sería esto, lo que permitiría una discusión real. Parece que se viola éticamente una esencia. Koselleck trabaja mucho con los conceptos antitéticos, que son muy útiles y pesados políticamente: separar entre un «nosotros» y un «ellos». ¿Cuál sería el concepto antitético de la laicidad? ¿Lo que pertenece a la vida privada? Yo creo, como te decía, que lo contrario a la laicidad sería impedir profanar.

 

No es la primera vez que en el último año se habla sobre la violación de la laicidad. En 2020, estudiantes del liceo Zorrilla –entre otros– pintaron reiteradas veces la vereda de la explanada del centro educativo en reclamo por mayor presupuesto para la educación. Ante esto, las autoridades del Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública decidieron tapar sus reclamos con pintura. En ese momento, las autoridades y los estudiantes entraron en una guerra de pintadas sobre pintadas.

—¿En qué momento la laicidad se roza con el derecho a la libertad de expresión de los estudiantes?

—Eso es el uso del concepto en Uruguay. Se utiliza para cerrar debates y no para abrirlos. Es un uso que viene de los años sesenta y setenta, y que Julio María Sanguinetti usó mucho en la posdictadura. La laicidad cierra el debate; por ejemplo, tenemos que debatir si se puede o no pintar las veredas, pero para debatirlo no podemos usar el sagrado concepto de laicidad. Un concepto que nace en nuestro país para debatir asuntos y para impulsar el libre pensamiento se transformó en uno que prohíbe los debates, que es sagrado y que no permite ser definido. Una cosa que podría ser interesante es considerar que hay poquísimos trabajos en el país sobre la laicidad, a pesar de que sea un concepto que los uruguayos usamos en la cotidianidad, en las tapas de diarios, en los informativos, pero ¿cuántos debates académicos hay sobre esto? Poquísimos, y la mayoría se remite a la laicidad batllista o vareliana, como si hubiera nacido allá atrás y se hubiera mantenido intacta. Lo que habría que hacer es laicizar la laicidad, discutir el concepto y profanarla.

—¿Encontrás parecidos en la situación actual con lo que pasaba en épocas predictatoriales?

Yo creo que sí, totalmente, por lo menos en este uso del concepto de violación a la laicidad. Diría más, solamente se entiende lo que pasó ahora si lo ponemos como una camada conceptual que se apoya en las diferentes transformaciones que el concepto tuvo en el Uruguay del siglo XX. El uso político del concepto se esconde detrás de una pretendida apoliticidad. Un uso hiperpolítico, escondido tras una aparente neutralidad, aplicado desde el Estado, desde la legalidad. Esto surge por una opción discursiva en los años sesenta según la que es mucho más eficiente políticamente denunciar a alguien de violar la laicidad que de hacer proselitismo. Como la condena social a alguien que viola la laicidad es mucho más fuerte, entonces esa es la gran jugada que algunos sectores políticos hacen: apropiarse, presentarse como los verdaderos dueños de los conceptos. En los años sesenta y setenta se decía que ser laico era no ser de izquierda, no ser marxista, no ser «ideológico». Solamente se explica esto de acusar a los profesores de violar la laicidad a partir de un concepto autoritario de laicidad que surge en los sesenta y que pasa a la dictadura inmune y se mantiene en la posdictadura.

EL REDIL LAICISTA

Álvez destacó que en el país esta discusión se dio en otras oportunidades. Entre 2005 y 2008 hubo un debate sobre la enseñanza de la historia reciente uruguaya. Quienes se oponían tenían como argumento que el estudio de esto implicaba una violación a la laicidad. Según Álvez, este argumento sería «inentendible» para alguien que no sea uruguayo, donde la violación a la laicidad es sinónimo de proselitismo.

La investigación «El redil del concepto de laicidad “ajustista”», llevada adelante por Álvez para la Universidade Estadual do Paraná, propone «discutir los orígenes de una noción de laicidad conservadora durante la Guerra Fría», concepto que hasta el día de hoy es uno de los condicionantes más importantes a la hora de pensar el oficio del docente. Dicho artículo explica que en 1972 el Estado uruguayo lanzó un concurso público sobre los valores de la organización democrática con el fin de «actualizar» algunos «temas nacionales». El ganador de este concurso fue Guillermo Ritter con su ensayo «El laicismo: su fundamento político filosófico y su crisis actual».

Según Álvez, el ensayo de Ritter afirma que hasta ese momento los dogmas religiosos eran el principal enemigo de la laicidad, «sin embargo, el gran giro que Ritter propone es que en 1972 los adversarios de la laicidad son “otros”», siendo esos «otros» las ideologías políticas «autoritarias», y el nuevo dogma que se debe combatir es el marxismo. «Violar la laicidad ya no es el resultado de enseñar o imponer doctrinas religiosas en las salas de aula de las escuelas públicas y sí comunicar ideas marxistas a los alumnos», detalla Álvez en su texto”

 

Autor: Camila Ghemi Brecha 1841 5 marzo, 2021. Reproduccion in totum

 

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