¿RENOVACIÓN DE QUÉ?


·  · en Política de proyecto fosforo

La palabra “renovación” es la clave de la campaña de Luis Alberto Lacalle Pou. Susspots son dinámicos y modernos; dan la impresión de que se invirtió en ellos mucho dinero, y sobre todo de que en ellos se les dio a los publicitarios la libertad de jugar y de usar recursos formales que no son habituales en las campañas políticas.

Todos parecen haberle creído a la campaña, y no es inusual escuchar a connotados analistas, a políticos de otras fracciones o a ciudadanos informados (y no tanto) repetir que la candidatura de Lacalle Pou representa una renovación de la política uruguaya. Sin embargo, cuando se indaga en los asuntos propiamente políticos, cuesta encontrar exactamente dónde está la renovación o qué es lo que se renueva.

No son las ideas, que repiten el mismo nacionalismo liberal y optimista tecnológico que viene caracterizando a los partidos tradicionales, al Partido Nacional y especialmente al Herrerismo, por lo menos desde los años 80. Tampoco son las propuestas políticas, que se sustentan en versiones moderadas del libre comercio, el debilitamiento de los sindicatos y el achicamiento de la burocracia que vienen proponiendo los partidos tradicionales también desde hace décadas.

Tampoco es la forma de hacer política, que se basa en la práctica blanca dominante desde que existen las elecciones internas: estimular el transfuguismo desde otros sectores del partido para tener una amplia oferta de listas; poner a éstas a “marcar votos” en la elección interna, cada una con haciendo campaña con sus propios recursos; y así disponer de un criterio para armar las listas en la elección general. Tampoco es la estrategia electoral, que como tantas se basa en buscar atraer a votantes moderados y despolitizados mediante mensajes optimistas, música, colores y el estado del arte publicitario.

Tampoco representa la irrupción de ningún nuevo sujeto social que era antes excluido o invisible en la política uruguaya, sino todo lo contrario. El elefante en el salón, que nadie parece ver, es que esta presunta renovación viene de un insidercomo no hay otro en la política uruguaya. Lacalle Pou es tataranieto de Juan José de Herrera, uno de los fundadores del Partido Nacional; bisnieto de Luis Alberto de Herrera, figura central de la política uruguaya del siglo XX; e hijo de Luis Alberto Lacalle, presidente en los 90.

Para colmo, su padre fue candidato (o precandidato) de su sector en las últimas tres elecciones y disputó la presidencia en cuatro de las últimas cinco. Lacalle Pou es candidato del Herrerismo inmediatamente después de semejante racha y del retiro de su padre, como si hubiera heredado el sector (aunque no hay dudas que le lavó la cara y le hizo incorporaciones). Por si esto fuera poco, llegó a la política cuando logró una banca en la Cámara de Diputados por la lista 400 de Canelones, fundada por su madre Julia Pou. Hoy padre e hijo comparten bancada, y no se los ha visto disentir en ninguna votación importante.

Lacalle Pou estudió en el British y en la Católica, y forma parte de una vieja familia de terratenientes y políticos, y por esto es, como se decía en tiempos más politizados, parte de la oligarquía. Obviamente, todo esto no es noticia para nadie.

Obviamente también, no se puede condenar a nadie por ser parte de una clase social, ni por tener los padres que tiene. De hecho, Lacalle Pou suele decir que no cree en la lucha de clases, cosa que también solía decir su padre cuando estaba en campaña.

No es difícil entender por qué a los Lacalle no le conviene la lucha de clases. Forman parte de una clase a la que le va bastante bien. Sin embargo, mientras Lacalle padre gobernó hubo lucha de clases, una lucha librada por la élite política aliada a sectores del empresariado y del capital trasnacional contra los trabajadores organizados públicos y privados. Esa lucha tuvo como resultado una desregulación laboral que creó, a su vez, dos fenómenos que curiosamente forman parte de la campaña de su hijo.

Por un lado, la vulnerabilidad social que se condensó en los asentamientos, ésos que ahora Lacalle Pou propone eliminar. Por otro, la precarización laboral, que instó a cada quien a ser empresario de sí mismo, llevando a la aparición en escena del “emprendedor”, que no sólo es mencionado en la campaña de Lacalle Pou, sino que también le aporta la estética y la ideología.

En otras palabras, la campaña de Lacalle Pou parece estar cosechando lo sembrado por el gobierno de su padre. Nuevamente, no se trata de desechar a Lacalle Pou por su clase social o su familia; pero si es cierto que ante semejantes continuidades directas e indirectas, políticas y de clase, conviene sospechar al ver que alguien como él se plantea como la renovación, porque cuando alguien aspira a gobernar no sólo importan las palabras que usa sino también sus intereses, sus lealtades, su historia y las redes a las que pertenece.

Esto no implica decir que Lacalle Pou sea un conservador. Es, como todos los neoliberales, un reformista y un modernista. David Harvey definió al neoliberalismo sobre todo como una restauración del poder de la clase capitalista, y difícilmente alguien pueda representar a esto mejor que Lacalle Pou (que a pesar de su moderación mantiene lealtad a todos los preceptos neoliberales: despolitización, tecnocracia, lucha contra los sindicatos y la burocracia y creencia en el libre comercio). Como bien sabemos de la historia de América Latina, las oligarquías criollas, más que conservadoras son reformistas y tienen cierto gusto por la ingeniería social.

Proponer que la segunda familia más poderosa del siglo XX gobierne también en el siglo XXI y llamar a eso “renovación” parece un chiste o una obscendidad. Porque en todo caso, si algo se está renovando, es la oligarquía.

 

 

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